Lo siento, nena. Nadie dijo que esto fuera a ser fácil. Desde el primer momento supiste cómo iban a ser las cosas, y ahora apareces por aquí, aullando como una histérica, destrozando mi apartamento, y aún esperas que lo entienda. ¿Que entienda qué? ¿Que quieres tener a un capullo a tu lado, sólo porque necesitas sentirte segura?… Pues entérate bien: ese capullo no soy yo. No soy yo.
¿Sabes lo que cuesta ese puto televisor que acabas de cargarte? ¿Tienes… tienes la menor idea de lo que me costó reunir el puto dinero? Ya sé que no te gusta lo que hago, pero ¿sabes? Es lo que yo hago. Lo único que sé hacer. Es lo que soy, no puedo cambiarlo, y ni siquiera estoy seguro de querer cambiarlo… Pensaba, creía que eras capaz de entenderlo, pero ya veo que estaba equivocado. Te has cardado el pelo y te has comprado ropa nueva, pero sigues siendo la misma jodida egoísta de siempre.
Ahora encima no llores. No llores, joder, ahora no empieces con eso… se ha acabado, nena. Ahora, escúchame bien, quiero que te marches. Vuelve a tu puto pueblo, o vete si quieres con ese idiota de South Beach que te pagaba esa ropa de furcia, y te exhibía como si aún estuviéramos en los putos setenta. Móntate en su Testarossa de los cojones y desaparece de una vez. Vuelve a tu mundo de tiendas elegantes y daiquiris, princesa. Por lo que se ve, este palurdo no es lo suficientemente bueno para tí.