Breve comentario sobre la gestión municipal

Por Zegmed

Susana Villarán es una mujer que respeto y en la cual confío. Voté por ella por eso y de ningún modo me arrepiento, pero a seis meses del inicio de gestión, conviene algún comentario crítico constructivo. Evidentemente, la conveniencia del mismo es relativa, ya que estas líneas no serán leídas más que por algunas pocas personas y lo más probable es que no lleguen a los círculos cercanos de la alcaldesa. En realidad eso no es un problema, no se pretende aquí aleccionar ni dar consejos a personas con mayor edad y experiencia; la idea es, más bien, expresar con libertad una opinión y una manera de ver la política de quien, modestamente, la observa con mucha atención día a día hace más de una década.

Precisamente la política es el tema central de este post y, aunque suene a algo obvio, creo que la ausencia de conciencia política es el problema central que aqueja a la gestión municipal. Descartes decía que el sentido común era lo que mejor repartido estaba, pero, a veces, como nos sugería un extraordinario profesor de filosofía antigua, dicha afirmación parece no tener correlato en la realidad. Y es ese, justamente, el caso de la actual gestión desde la perspectiva de quien escribe: el de una gran ausencia de sentido común político, si cabe el término.

Estoy más que seguro de que las buenas intenciones y la honestidad están presentes. Seguro también de que hay buenos proyectos y de que se están haciendo cosas. Esto ya ha sido demostrado de modo claro a través de más de un informe periodístico (cuando ha habido investigación, claro, y no una despreciable complicidad de los medios con RUC por tumbarse a la alcaldesa) y no me compete ocuparme de eso aquí. Para mí el problema, en cambio, es uno de olfato, de pasta de político.

En la política –y esto no me parece un defecto– hay que tener maña. No se puede entrar en política pensando que todo se va a cambiar, que las cosas van a fundarse de nuevo, ni con un espíritu idealista en exceso. En política, y este juicio puede discutirse, sin duda, hay que tener un núcleo de principios básicos innegociables, todo lo demás, más bien, debe ser harto flexible. Una de las razones del fracaso electoral de Fuerza Social en las elecciones presidenciales, por ejemplo, fue no haber tenido suficientemente presente eso: al no aliarse con Perú Posible por ponerse más papistas que el papa terminaron por condenarse a lo obvio, a perder la inscripción. No supieron pactar y en política, hay que saber pactar. Si no les gusta el juego político, como digo siempre, quédense en una ONG haciendo una labor noble y valiosa, pero no del peso y dinámica de la gestión municipal.

Ahora, no se me entienda mal, por favor, no sugiero que “pactar” sea sinónimo de corrupción o de algún tipo de acción delictiva, pero sí conservo un término tan denostado como ese para enfatizar la necesidad de ser parte del juego político, de sus idas y venidas, de su lenguaje. Un político hábil –lo cual no tendría por qué ser incompatible con honesto– es aquel que aprende la maña de este complejo arte para, dentro de sus limitaciones y miserias internas, transformar las cosas. Pero para eso hay que ser muy agudo: hay que aprender a anticipar al enemigo, a prever el ataque antes de que sea lanzado; a tender una que otra trampa si es necesario; a guardar silencio oportuno, aun cuando la conciencia invita a decir mucho; a estar muy atento a lo que quiere y gusta la gente, aunque algunas ideas propias tengan que dejarse de lado, etc. Hay, pues, algo de pacto con el diablo en esto, como decía Weber. Para bien o para mal así son las cosas y a aquellos a los que el buen obrar entusiasma harían bien en tenerlo en cuenta, ya sea para nunca meterse en este oficio o para saber que incluso las nobles obras tiene que pasar por claroscuros.

El actual fracaso popular de la gestión de la alcaldesa de Lima (21% de aprobación según la última encuesta del IOP PUCP) se debe, entre otras cosas a todo esto que decimos. En suma, a no haber leído con propiedad la situación política municipal. Ejemplos sobran, pero les pongo dos. 1) La pésima gestión en comunicaciones de la Municipalidad: no es gratuito que los únicos que saben qué se hace en Lima sean algunos twitteros y los seguidores de la página Susana no hace nada. 2) La absurda disputa con el presidente García por el Cristo-de-lo-robado: solo a un político sin olfato se le ocurre pelearse con García teniendo como telón de fondo un ícono de la religiosidad popular que tenía una masiva aprobación por parte de la gente (a pesar de que estoy de acuerdo con la alcaldesa en lo sustancial de su crítica).

A mi juicio, lo que tiene que hacer la gestión municipal es ponerse las pilas y desarrollar YA su sentido común político. Empezar por meter plata e ingenio para comunicar las obras que ya se están haciendo y aquellas que se van a hacer. Como subtema: hacer obras realmente palpables. La alcaldesa olvida que tenemos más de 20 años de alcaldías metropolitanas cuyo caballito de batalla han sido las obras, justamente, y eso no es algo que pueda ni deba ser borrado. No lo digo porque no se vayan a hacer cosas, sino porque hay un énfasis, a mi juicio excesivo, en lo discursivo que, al no tener correlato material en obras, da la sensación de que tenemos a una verdadera Lady Vaga (irrespetuosa, pero nueva creativa chapa de la alcaldesa).

Susana Villarán debe esmerarse por elegir mejor sus batallas, pensar bien a quién critica, cuándo y por qué. En política hay que medir bien cada paso, hasta la espontaneidad debe surgir solo como el producto del fino cálculo. Hay pues, reitero, que fijar bien cuáles son los principios irrenunciables, y con todo lo demás volverse más flexibles: hay que hacer publicidad, hay que torear mejor las preguntas, hay que elegir mejor las batallas, pensar adecuadamente los anuncios, etc. Ojo, y quizá valga la precisión final, cuando digo que se está cayendo en el exceso de discurso no pretendo sugerir que no se deba dialogar, todo lo contrario (a pesar del inmenso capital político que supuso ser mudo para el anterior alcalde); sin embargo, en un país pobre, hambriento de pan y de cemento, conversar mucho y sin agudeza suficiente puede ser el pretexto perfecto, como de hecho lo ha sido, para ser blanco de las más severas críticas. Si se pretende cambiar el enfoque de las cosas y la cultura del cemento, cosa que me parecería el mejor legado de la gestión Villarán, hay que hacerlo de modo inteligente y progresivo y, para ello, hay que ganarse de nuevo la confianza de la gente. Recuerde usted, querida alcaldesa, que no solo debemos ser mansos como la paloma, sino astutos como la serpiente, sobre todo en una arena política plagada de alimañas apristas. Hay que jugar en su cancha, pero nunca ser como ellas.

*Imagen tomada de Carlín