Breve historia del conflicto entre Tíbet y China

Publicado el 01 mayo 2015 por Juan Juan Pérez Ventura @ElOrdenMundial

El proceso de paz del Tíbet dejó de ser un asunto interno de China desde el momento en el que el Dalai Lama, la máxima autoridad tibetana, tuvo que exiliarse en 1959. A partir de entonces se dibujó una clara linea que separaba definitivamente a las dos partes del conflicto: por un lado encontramos la postura inamovible de China, y por otro lado las reivindicaciones del Tíbet, representadas por el Dalai Lama en el exilio y apoyadas por la mayor parte de las potencias occidentales.

Desde el año 1959, China y el Tíbet compiten internacionalmente para legitimar su propia interpretación de la historia. El Gobierno chino defiende que el Tíbet vivía bajo el abuso extremo de un sistema feudal y de servidumbre, y que fueron liberados. Por su parte, el Gobierno tibetano en el exilio argumenta que en el Tíbet se está sufriendo una colonización cultural y violaciones de derechos humanos.

Para Pekín, la soberanía china del Tíbet no es negociable. Sin embargo, aun teniendo una posición tan firme al respecto, puede haber progreso en el proceso de paz en la medida que China está dispuesta a discutir el grado de autonomía cultural y religiosa de la región, así como las condiciones del regreso del Dalai Lama.

Breve historia del conflicto

Tras la Segunda Guerra Mundial, China tuvo que ocuparse de un importante conflicto interno: la Guerra Civil que el Partido Comunista de Mao Tse-tung libraba contra el Gobierno de Xian Kai-shek. En 1949 Mao sale vencedor y proclama la República Popular de China. Durante la guerra el Tíbet había tenido una estatus algo ambiguo: de facto era independiente, aunque China lo considerara una región más de su territorio nacional. Las potencias occidentales mantenían relaciones comerciales directas con el Tíbet, si bien aceptaban la soberanía china. Un doble rasero que Occidente ha mantenido durante muchos años y que no ha hecho sino complicar el aclaramiento del estatus del Tíbet.

Tras la victoria de Mao, algunas tropas del derrotado Xian Kai-shek se instalaron en los alrededores de Lhasa. Cumpliendo su palabra de liberar al Tíbet, en 1950 Mao ordenó al Ejército de Liberación Popular de China entrar en la región montañosa y acabar con las fuerzas enemigas. Antes de esta incursión, el Gobierno chino había hecho una propuesta de colaboración al Dalai Lama para luchar contra los seguidores de Kai-shek, pero el líder tibetano se había negado. Tras la victoria aplastante sobre tropas de Kai-shek y tropas tibetanas, el gobierno del Tíbet se ve obligado a negociar.

En 1951 se firma el “Acuerdo de los Diecisiete Puntos para la Liberación Pacífica del Tíbet”, entre las autoridades tibetanas y el Gobierno chino. Pekín pide que el Tíbet reconozca pertenecer al territorio chino, y a cambio China se compromete a aceptar el sistema político del Tíbet, el estatus del Dalai Lama y a mantener las estructuras autóctonas tibetanas. El Acuerdo estableció para el Tíbet una administración autónoma dirigida por el Dalai Lama.

En 1955 el Gobierno chino creó un sistema paralelo de administración con el “Comité Preparatorio para la Región Autónoma del Tíbet”. A la vez, en las provincias vecinas de Amdo y Kham (provincias chinas pero étnicamente tibetanas) los chinos comenzaron a poner en práctica políticas restrictivas y duras, como confiscación de riquezas de monasterios budistas, reclutamiento de mano de obra forzada, reforma radical en la tenencia de las tierras… y puesta en marcha de una campaña propagandística contra los monjes y la aristocracia tibetana, a quienes acusaban de mantener un sistema feudal en la región. Todo esto conlleva al levantamiento de Litang, en 1956.

El levantamiento de Litang fue la primera de una serie de revueltas contra el Gobierno chino, apoyadas por los monjes tibetanos que habían visto sus monasterios expropiados, por la aristocracia tibetana y también por la CIA estadounidense, un apoyo que ha de entenderse en el marco de la Guerra Fría. La respuesta a los levantamientos fue dura, y el Ejército chino bombardeó pueblos y ciudades en el Tíbet. Ante esta situación de conflicto abierto y descontrolado, el Dalai Lama, temiendo por su vida, huyó a la India en 1959 y renunció al Acuerdo de los Diecisiete Puntos. En marzo de 1959 las revueltas llegaron a la capital del Tíbet, Lhasa. Según las autoridades tibetanas en el exilio, las víctimas de estos episodios violentos se contarían por decenas de miles.

Tras las revueltas, los monjes y aristócratas que habían dado apoyo a los levantamientos contra el Gobierno chino perdieron su condición social y tuvieron que entregar sus bienes, que fueron redistribuidos entre la población. Los nobles perdieron sus posesiones y los monjes fueron expulsados de los monasterios y obligados a trabajar para ganarse la vida, abandonando la vida monástica. Se inició así un proceso de destrucción de la cultura y la estructura social tibetana. China abolió todo tipo de instituciones feudales, disolvió el gobierno tibetano e instaló la propiedad comunal. En 1965 el territorio tibetano se reorganizó como la Región Autónoma del Tíbet, con lo que el Tíbet pasó a ser una región administrativa de igual estatus jurídico que cualquier otra provincia china.

China puso al frente del gobierno tibetano al Panchen Lama, la segunda autoridad del Tíbet, pues el Dalai Lama se encontraba exiliado en la ciudad india de Dharamsala. Éste comenzó a buscar apoyo internacional para la independencia del Tíbet, reclamando que el verdadero gobierno tibetano era el exiliado. Desde Dharamsala, el Dalai Lama continuó instigando acciones rebeldes contra el Gobierno chino hasta 1969, cuando la CIA dejó de prestarles ayuda y el resto de potencias occidentales no quisieron colaborar.

Durante los años sesenta y desde el establecimiento de la Región Autónoma del Tíbet, el Gobierno chino llevó a cabo un reasentamiento de población china a gran escala para ‘colonizar’ el Tíbet y prosiguió con leyes que cambiaron la tradición tibetana, como la introducción de la educación secular. En la década de la Revolución Cultural china (1966-1976), el Tíbet sufrió serios daños en su patrimonio cultural y en su herencia budista. Miles de templos, montarios y bienes culturales tibetanos fueron destruidos, y varios monjes fueron asesinados.

Inicio de conversaciones entre China y Tíbet

Con la llegada al poder de Den Xiaoping en 1978 se reestableció la libertad religiosa y miles de templos budistas volvieron a abrir sus puertas, si bien había importantes condicionantes, como la prohibición a los lamas de poner en cuestión el derecho de China a gobernar sobre la región del Tíbet. Durante la década de los ochenta, los planes de desarrollo para las regiones occidentales llevaron a un rápido crecimiento económico del Tíbet, que vino acompañado por una llegada masiva de trabajadores de etnia Han, lo cual alteró la demografía de la región.

Bajo el mandato de Den Xiaoping se reconocieron los abusos cometidos durante la Revolución Cultural contra el Tíbet y el Gobierno chino inició conversaciones con representantes del Dalai Lama para mejorar las relaciones entre ambas partes. En 1979 tuvo lugar el primer contacto en Hong Kong, entre el hermano del Dalai Lama y el Gobierno chino, más tarde una reunión similar se repetiría en Pekín. En estos primeros acercamientos el Gobierno chino aseguró a las autoridades tibetanas que aceptaría cualquier negociación siempre y cuando el Dalai Lama no recurriera al Derecho de Autodeterminación. Tras estas reuniones China permitió que el Dalai enviara delegaciones de reconocimiento al interior del Tíbet. En 1982 y 1984 hubo también conversaciones, pero de carácter secreto.

Para entonces el proceso de paz no se basaba en el eterno debate de la independencia del Tíbet, sino que se enfocó hacia demandas de autogobierno. En las conversaciones con el Gobierno chino, el Dalai Lama pidió que el Tíbet pudiese ser gobernado internamente de manera diferente al resto de China, bajo un sistema democrático al estilo occidental, como el que ya se estaba poniendo en práctica desde el exilio en Dharamsala. En 1963 el Dalai Lama había presentado un proyecto de constitución democrática para el Tíbet, sin embargo el Gobierno chino dejó muy claro que nunca permitiría que ninguna otra entidad que no fuera el Partido Comunista de China gobernara ninguna parte del país.

A principios de 1989 el Gobierno chino decretó la ley marcial en Lhasa, después de varios días de disturbios y reivindicaciones por parte de monjes y población tibetana. Ese mismo año el Dalai Lama ganó el Premio Nobel de la Paz, por sus continuos esfuerzos por dar solución al conflicto del Tíbet. Parte de esos esfuerzos se reflejaron claramente en 1987, cuando el Dalai Lama hizo público su “Plan de Paz de Cinco Puntos para el Tíbet”, en el que pedía que el Tíbet fuera una zona de paz, donde se respetaran los derechos humanos y se garantizaran las libertades democráticas, para lo cual era necesario el inicio de negociaciones sinceras sobre el estatus y el futuro del Tíbet, y sobre las relaciones entre chinos y tibetanos. Además, en ese Plan de Cinco Puntos, el Dalai Lama hacía referencia a la restauración medioambiental, al cese de producción de armas nucleares en territorio tibetano y al abandono de la política de transferencia de población china (de la etnia Han), que amenazaba la existencia del pueblo tibetano.

Otra de las demandas, no incluidas en los Cinco Puntos pero largamente reclamadas por el gobierno tibetano en el exilio, es la de recuperar para el Tíbet las provincias étnicamente tibetanas, principalmente Amdo y Khan, que el Tíbet perdió entre los siglos XVIII y XIX. Este reclamo, que ya ha sido tajantemente rechazado por China, se basa en que hay muchos refugiados en el exilio que proceden precisamente de estas regiones (el propio Dalai Lama, por ejemplo).

En 1989 falleció el Panchen Lama y, siguiendo la tradición budista, hubo que encontrar la verdadera reencarnación del Lama. Como no podía ser de otra manera, el Gobierno chino y el gobierno tibetano en el exilio no se pusieron de acuerdo en quién era el legítimo heredero para ocupar la cabeza de gobierno del Tíbet. Tras años de deliberaciones y discusión, en 1995, desde Dharamsala, el Dalai Lama dijo que el sucesor tenía que ser el joven Gedhun Choeky, que era el único y verdadero Panchen Lama. En China se obvió esa elección del Dalai y se procedió respetando la religión de los tibetanos para elegir al sucesor. El proceso, que viene de la tradición vajrayana budista, consiste en utilizar una urna de oro con bolas de cebada que albergan el nombre de los posibles Panchen Lama. Con esta especie de lotería, en la Región Autonóma del Tíbet se determinó que el sucesor legítimo era Gyancain Norbu, un niño que ha sido criado en Pekín y del que se sabe muy poco (incluso se especula con su muerte). Este episodio puede parecer anecdótico, pero refleja a la perfección las enormes diferencias que separan a ambas partes en este conflicto.

Preparando un Tíbet democrático

En 1990 el Dalai Lama impulsó reformas radicales para instaurar una democracia auténtica entre la comunidad tibetana. Se disolvió el Gabinete tradicional tibetano (Kashag), que tradicionalmente había sido designado por el Dalai Lama, y los tibetanos exiliados pudieron votar democráticamente para elegir a los 46 miembros del Parlamento Tibetano. A su vez, el Parlamento designó democráticamente a los nuevos miembros del gabinete del Gobierno tibetano en el exilio. En el mismo año de 1990 se promulgó la nueva constitución democrática, llamada Carta de los Tibetanos en el Exilio. Entre otras cosas, el texto consagra la libertad de expresión, de creencias, de reunión y de movimiento. En 1992, el Dalai Lama estableció las directrices para la que podría ser una Constitución de un futuro Tíbet libre. El primer punto de esa Carta es que, al independizarse el Tíbet, la primera tarea del Gobierno interino sería elegir una Asamblea Constituyente para redactar una Constitución democrática para el país. Ese mismo día, el Dalai Lama transferiría toda su autoridad histórica y política al presidente interino.

Estos planes de democracia para el Tíbet ya habían sido adelantados por el Dalai Lama a finales de los años ochenta, cuando comenzó una gira internacional para llevar la causa tibetana a todo el mundo. En el Congreso de Estados Unidos en 1987 y en Estrasburgo en 1988, el Dalai Lama planteó unas de reformas y puso sobre la mesa una serie de demandas que China ya había rechazado firmemente años antes, en 1984.

Estado del conflicto a partir de los años noventa

Después de las reuniones de los años ochenta se puede decir que no ha habido avances significativos en el proceso de paz del Tíbet. Se mantiene un profundo desacuerdo en varios puntos: la relación histórica entre el Tíbet y China, la situación de derechos humanos en la región o las demandas del Gobierno tibetano en el exilio. Además, las manifestaciones de finales de los ochenta o los atentados terroristas perpretados por monjes tibetanos en 1987 y 1993 no han ayudado a que China esté dispuesta a ceder nada. Todo lo contrario, significaron represión, detenciones y cárcel para los tibetanos. Además, con los atentados de 1993 se rompieron los contactos entre las partes.

Un momento importante para el proceso de paz pudo haberse dado en 1989, cuando China invitó al Dalai Lama a un acto religioso en Pekín. En ese momento, recién recibido el Premio Nobel y apoyado por Occidente, el Dalai rechazó la oferta. El gobierno tibetano en el exilio seguía con una postura firme y sosteniendo que China había invadido el Tíbet ilegalmente y que en la región se producían violaciones masivas y sistemáticas de los derechos humanos.

Tras años de enfriamiento del proceso, en 1999 el Dalai Lama puso sobre la mesa una “vía intermedia” para solucionar el conflicto. Esta nueva estrategia consistía en reconocer la soberanía china sobre la región y abogar por una mayor autonomía, en asuntos como la cultura, el medio ambiente, la educación o la religión. Al adoptar una postura no independentista, han aparecido importantes críticas hacia el Dalai. Miembros del Gobierno en el exilio y la organización del Congreso de las Juventudes tibetanas han mostrado su desacuerdo con esta estrategia dialogante. Otro foco de tensión interna entre la comunidad tibetana en el exilio es el hecho de que el budismo contiene el principio de la no violencia, lo cual “enfrenta” a lamas y al Congreso de las Juventudes Tibetanas, que a finales de los años ochenta protagonizó algún incipiente acto terrorista.

En Diciembre de 2000 se reanudan los contactos entre las autoridades chinas y el gobierno tibetano en el exilio, que finalmente propone avanzar en la alternativa de la “vía intermedia” propuesta por el Dalai Lama. El objetivo ya no es la independencia, sino preservar la identidad del Tíbet.

En 2001 tienen lugar las primeras elecciones democráticas en la historia del Tíbet, si bien sólo pueden votar los tibetanos exiliados. La comunidad tibetana en el exilio elige a Samthong Rinpoche como Primer Ministro del Gobierno Tibetano. A finales de 2002 el presidente de la Región Autónoma del Tíbet recibe oficialmente a los enviados del Dalai Lama, en la que es la primera reunión de alto rango entre China y el gobierno tibetano en el exilio desde 1993.

En 2004 el gobierno tibetano en el exilio propone conseguir más autonomía basándose en un modelo similar al de Hong Kong, pero China hace público un documento en el que rechazan tajantemente esa posibilidad. El año siguiente, en una entrevista, el Dalai Lama acepta que el Tíbet es parte de la República Popular China, un suceso que, lejos de ser anecdótico, tiene mucha importancia y repercusión.

En 2006 el caso del Tíbet volvió al Parlamento Europeo. El Dalai Lama reafirmó que no pretendía la separación de China, sino un estatus autónomo, y lo comparó con las relaciones entre Canadá y Québec o entre el Reino Unido y Escocia. En aquel momento, el Dalai Lama señaló cuatro puntos esenciales en los cuales no había ningún tipo de avance ni acuerdo y que seguían sobre la mesa: en primer lugar, el hecho de que China había rechazado reconocer la necesidad de realizar cambios en el Tíbet; en segundo lugar, la insistencia de China de que el Tíbet afirme que nunca ha sido un estado independiente; el tercer punto de fricción es la creencia de los chinos de que una vez vuelva la comunidad exiliada se expulsará a los emigrantes de etnia no tibetana; y por último, el miedo de que cualquier paso hacia delante sea un primer paso hacia la independencia. Según el Dalai Lama, estos cuatro puntos son los que separan totalmente las posturas de China y del Tíbet.

En Septiembre de 2007 el Dalai Lama recibe la Medalla de Oro del Congreso de Estados Unidos. En Octubre, monjes que celebraban ese reconocimiento al Dalai son detenidos por las autoridades chinas. Un episodio que hace aumentar la tensión y que termina con años de tranquilidad entre China y Tíbet.

En Marzo de 2008 Lhasa registra duros enfrentamientos entre fuerzas de seguridad chinas y manifestantes tibetanos, que reclamaban la libertad de los monjes detenidos a finales del año anterior. Pronto las manifestaciones se transformaron de reclamos por la independencia. Las protestas derivaron en una espiral de violencia que provocó a la muerte de unas 200 personas (según el Gobierno tibetano en el exilio), además de la destrucción de numerosos edificios y vehículos. El Gobierno chino detuvo a miles de personas, expulsó a los periodistas de la región durante varios meses, impuso el toque de queda y desplegó miles de efectivos adicionales en el Tíbet. China acusó al Dalai Lama de instigar los actos de violencia y de querer dañar la imagen internacional del país en vísperas de los Juegos Olímpicos que se celebraban en Pekín ese verano. Con este estallido de violencia, el más grave de las últimas décadas, interrumpió el diálogo nuevamente y erosionó significativamente la confianza entre las partes.

En los meses que siguieron a los sucesos de Marzo varios países occidentales amenazaron con boicotear la ceremonia de apertura de los Juegos Olímpicos de Pekín si China no dialogaba con los tibetanos. Pero a la hora de la verdad, durante las Olimpiadas no hubo apenas ningún boicot. Se llevaron a cabo algunas protestas, pero ningún país occidental apoyó abiertamente la causa tibetana. De hecho, ese mismo año, Jose Manuel Barroso, Presidente de la Comisión Europea, confirmó que desde la Unión Europea se consideraba al Tíbet como parte de China.

A partir del año 2009, 50º aniversario del exilio tibetano, comenzó un goteo de inmolaciones a lo bonzo. En los cuatro años siguientes más de un cententar de monjes y de tibetanos murieron al prenderse fuego. El tipo de protesta había pasado de la violencia contra las autoridades al suicidio.

En Marzo de 2011 el Dalai Lama renuncia a su cargo como líder político tibetano, tras más de medio siglo intentando avanzar en el proceso de paz del Tíbet sin apenas resultados. Seguirá siendo líder espiritual, pero será Lobsang Sangay, un jurista de 43 años educado en Harvard, el nuevo líder político tibetano.

En la actualidad, el Gobierno tibetano en el exilio no tiene una estrategia diferente a la de buscar apoyos internacionales y continuar en la presión política, si bien no ha dado apenas resultados en las últimas décadas. En realidad, lo que la comunidad tibetana en el exilio espera es que la apertura económica de China lleve a la población a pedir mejoras democráticas. Si el aumento del nivel de vida de los chinos les hace exigir la democratización de su país, las posibilidades de que el Tíbet pueda tener un sistema democrático tal y como se ha ideado desde el exilio no son tan remotas. Pero lo cierto es que esa esperanza se basa en una realidad que, si se da, será a largo plazo. Y el Tíbet no tiene la ventaja del tiempo, pues está viendo cómo sigue la colonización por parte de la etnia Han, que puede acabar en todos los sentidos con la esencia del propio Tíbet.

El verdadero problema que tiene el Gobierno en el exilio es que más de la mitad de la población que vive actualmente en Lhasa no son de origen tibetano. Los tibetanos ya no son mayoría ni en su tierra, ni en el exilio. Por ello, la política actual de China respecto al conflicto del Tíbet consiste simplemente en esperar que las nuevas generaciones tibetanas, menos influenciadas por la religión, entiendan que ser parte de China es mejor para sus intereses.

Además de ese grave problema interno, que ciertamente amenaza con acabar con las posibilidades de autonomía del Tíbet, hay un inconveniente externo que perjudica al Tíbet: la falta de consenso internacional sobre todo lo referente a la autodeterminación de los pueblos y a la injerencia de terceros en los asuntos internos de los Estados. Actualmente las potencias internacionales, sobre el Tíbet, se limitan a poco más que a denunciar las agresiones a los derechos humanos.

Pese a que en 1960, la Comisión Internacional de Juristas redactó un informe en el que se concluía que el Tíbet era un estado históricamente independiente, y a que en los años 1961 y 1965 la Organización de las Naciones Unidas aprobó dos resoluciones en favor de la autodeterminación del Tíbet, importantes potencias occidentales como Estados Unidos han variado su posición respecto a este tema. El Gobierno estadounidense defiende el derecho de los tibetanos a ejercer la autodeterminación y consider al Tíbet un territorio autónomo en relación a China, sin embargo nunca ha reconocido al Tíbet como un Estado independiente.

En Febrero de 2014 tuvo lugar la última reunión que hubo entre el Gobierno estadounidense y el Dalai Lama, en ella el Presidente Barack Obama dejó bien claro que Estados Unidos no apoyaba la independencia del Tíbet. A pesar de esa postura de Estados Unidos, el Gobierno chino presionó para que se cancelara la reunión y denunció que, al hablar con el Dalai Lama, EEUU interfería en los asuntos internos de China. En la reunión, lo único que consiguió el Dalai Lama fue la enhorabuena de Obama por ser un gran defensor de la paz. Un episodio que resume a la perfección lo que la comunidad internacional ofrece al Tíbet: un aplauso. Nada más que eso.