Breve historia del Polo Norte

Por Joaquintoledo

Pero la parte oriental del Polo Norte cobró siempre más curiosidad para los exploradores, y tras la llegada de Colón a Centroamérica, otros reinos empezarían a enviar aventureros a todas partes, incluidas las gélidas zonas del norte. En el 1497 Inglaterra envío a Juan Caboto y a su hijo Sebastián quienes llegaron, sin saberlo claro pues pensaban que eran Asia, a Terranova y la península del Labrador, navegando costas de América del norte. El 1500 el portugués Corterreal descubrió el estrecho de Hudson, dándole el nombre de estrecho de Anian. Los primeros exploradores que se aventuraron a más, como en antaño los vikingos buscaron en realidad una ruta hacia Japón, China e India por el norte (como lo quiso hacer Colón), al no encontrarse por el sur una de características semejantes. Caboto fue uno de los muchos exploradores que buscaron el llamado Paso del Noroeste vanamente. Por lo demás el paraje llamaba mucho su atención, y quisieron explorar por audacia y esa curiosidad insaciable, que tiene todo navegante. En 1566 Estebán Burrough a través de la Laponia y Nueva Zemlia alcanzó los 70º 20´ de latitud.

Para el año 1536 Dinamarca y Noruega se habían unido oficialmente, y Groenlandia retomó interés y se mantuvo siempre como su colonia. Cuando se separaron ambos reinos en 1814, Groenlandia caía en dominio danés. Durante el siglo XVII sólo hubo cazadores de ballenas alemanes, ingleses y holandeses en los alrededores de la isla, mas no colonias o asentamientos permanentes. En 1721 se organizó una expedición comercial y religiosa por el misionero noruego Hans Egede quien buscó si aún quedaban antiguos pobladores europeos y si eran católicos. Estableció la colonia en Gothab o Buena Esperanza situado en la costa sudoeste, donde muchos itnuit fueron convertidos al cristianismo. Se respetaron varias tradiciones de los nativos e inclusive en 1861 se publicó el primer diario en idioma inuktitut. Por otro lado la justicia y derechos daneses sólo se aplicaban a los colonos. La mayor parte de la isla permanecería despoblada hasta el siglo XIX.

Después de 1850 empezaron a llegar desde Canadá muchas familias itnuit, y la isla fue repoblada por los nativos, sin embargo asimismo fue despoblada por los colonos. Entre 1862 y 1863 se realizaron elecciones en Groenlandia, democráticas para elegir a representantes locales. En 1911 se crearon consejos, o Landstings. Copenhague, la capital de Dinamarca, es la que sigue teniendo el dominio último sobre la isla.

Sobre el norte de Canadá

Pero antes de que todo este panorama político acaezca sobre Groenlandia, lugar que al fin y al cabo sólo era una parte del Polo Norte, hubo toda una gama de, podríamos llamarles, exploradores involuntarios a partir de Colón en adelante. Uno de ellos era Martín Frobisher, auspiciado por la reina Isabel de Inglaterra, quien hizo en total tres viajes de 1576 a 1578. El último llevó algunos colonos al Labrador pero no les pareció un lugar adecuado para establecerse de modo perenne. Luego avanzó hacia la bahía que lleva su nombre. Más tarde vendría Juan Davis quien hizo tres viajes entre 1585 y 1587 llegando hasta unas 1200 millas del polo, a 72º12´ de latitud. El estrecho de Davis entre Groenlandia y Baffin lleva su nombre. En 1609 Enrique Hudson llegó al río que también recibe su apelativo hoy en día, siguió hacia el norte y descubrió a bahía que también fue bautizada con su nombre. No muy lejos de allí moriría, luego de que sus hombres lo colocasen en un bote con su hijo y otros enfermos o discapacitados, abandonándolos a su suerte. En 1616 Guillermo Baffin quiso seguir los pasos de Davis y llegó a una extensión de agua, llamada hoy bahía de Baffin. Llegó a 350 millas más que Davis, a 77º45´ de latitud. Prácticamente en los próximos dos siglos, nadie llegó más al norte. Inclusive, luego de estas desventuradas aventuras se abandonó todo propósito de tratar de llegar a oriente por el norte.

Como no se encontraron grandes recursos en tierra en primera instancia, y por otra parte no se halló ninguna ruta al Lejano Oriente, el interés por explorar el Polo Norte se fue perdiendo paulatinamente. Una de esas aventuras aisladas fue la de 1771 protagonizada por Samuel Hearne, quien partió con cuatro hombres al occidente de la bahía de Hudson, pretendiendo cruzar la zona ártica por vía terrestre. Con un solo trineo cargado de víveres, soportando penurias y privaciones, su compañía terminó desertando y continuó la dura empresa solo. Parando los inviernos en algún asentamiento de los nativos y continuando en los veranos, llegó al río Coppermine, al norte de Canadá. No encontró el paso al noroeste, no obstante su aventura propuso nuevas alternativas. Se siguió buscando dicho paso, a pesar de que nadie apostaba por él, ya que cualquiera lo consideraba demasiado peligroso o hasta inexistente. En 1806 Guillermo Scoresby, inglés, escribió un libro sobre el Ártico tras regresar de cazar un par de ballenas que lo llevaron hasta los 81º12´ de latitud. En 1818 partirían otras expediciones como de David Buchan, Juan Franklin, Juan Ross, Guillermo Parry, entre otros, sin mayores resultados. Sin embargo, sus reportes aportaron datos sobre los viajes a esta zona y los peligros que representaba, sugiriendo el uso de trineos en algunas zonas. Además recomendaron estar preparados para una temperatura de hasta -55 ºC, prevenir el escorbuto, tener cuidado con los icebergs, y por sobre todo llevar los víveres y el abastecimiento indispensable. Inclusive advirtieron tener cuidado con los mosquitos del ártico, que empequeñecen a sus pares de lugares tropicales. El que quería dejar su nombre en la historia, debería hacer un gran sacrificio.

Juan Franklin llegó a ser otro gran explorador de su tiempo, pues en 1819 emprendió un gran viaje de exploración el Ártico, y muchos otros más hasta 1845, fecha de su fallecimiento en una aventura fatídica. Se le buscó pero nunca se supo de él, había partido con 168 hombres y víveres para tres años. Doce años después, los ingleses salen en su búsqueda y sólo encontraron restos de los barcos y algunos diarios. Al parecer perecieron por la bravura de los mares y los hielos que destrozaron las embarcaciones, Franklin, según los diarios había muerto en junio de 1847, de hambre y agotamiento. El resto de sus hombres iría pereciendo en una penosa marcha hacia el sur. En 1853 un tal Eliseo Kane trató de llegar al polo, pero su nave quedó prisionera de los hielos durante dos años, al parecer descendieron cuando los víveres empezaron a escasear y caminaron 2 mil kilómetros en tan inclemente clima hasta llegar a Groenlandia, sólo uno murió en el camino. Ya independientes y camino a convertirse en potencia, los Estados Unidos querían llevar su nombre en una expedición. Así en 1860, Isac Hayes lo intentó sin éxito; lo seguiría en 1871 Carlos Hall quién murió en el Ártico, sin embargo, algunos de sus hombres sí sobrevivieron y fueron encontrados en Terranova casi un año y medio después. El teniente Jorge Washington De Long también lo intentó pereciendo sin resultados. En 1881 un tal Adolfo Greely llegó hasta la latitud 83º24´.

Para aquella época un noruego también lo intentó, Fridtjof Nansen, quien llegó en 1895 a la latitud 86º12´, tan sólo a 300 kilómetros de su meta. En realidad estuvo a punto de lograrlo. El hecho fue que se había entrenado, además de haber convivido con los esquimales algún tiempo. Partió en un barco, el Fram, desde el norte de Rusia flotando hasta los hielos del Ártico, con un solo acompañante. Con víveres para cien días y trineos tirados por avezados perros estuvo a punto, pero cuando le faltaba la mencionada distancia se percató que sólo le quedaban víveres para dos semanas, y lastimosamente tuvo que dar media vuelta. El paso del Noroeste con el cual se pueda llegar del Atlántico al Pacífico por el Ártico y viceversa era algo pendiente desde hacía ya cuatro siglos. Es por ello que un noruego llamado Roald Amundsen, zarpó en 1903 desde su país en el Gjoa dispuesto a hacer historia. Quedaron bloqueados por el hielo tres grandes inviernos, pero en 1906 pasó por el Estrecho de Bering y el 19 de octubre de ese mismo año anclaba en California. ¡Por fin se había atravesado se había el paso!, toda una proeza, sin duda alguna, sin embargo él mismo aventurero se percató que no era una ruta que valiese la pena.

Entonces sólo faltaba que alguien alcance el punto central del Polo Norte, aquella zona donde el frío es tanto que hay una gran masa de hielo perpetua. En 1899 una expedición italiana logró llegar 18 millas más al norte que Nansen. Finalmente en 1908 el norteamericano Roberto Peary alcanzó el Polo. Había viajado en su barco Roosevelt y era su octavo intento. Con ella, llegó lo más al norte posible en vía marítima. Descendió y avanzó en trineo hacia el Polo instalando diversos campamentos que lo ayudasen a llegar hasta su meta evitando quedar aislado. Finalmente tuvo que dejar la última base campamento y con un criado negro y cuatro esquimales continuó hasta la meta final, llegando el 6 de abril de 1909, colocándose sobre la llamada cumbre del mundo, un océano de hielo a 800 kilómetros de la tierra más cercana.

Algunas intentonas por cielo

Salomón A. Andree, sueco intentó llegar a través de un globo, quien en julio de 1897 abandonó las islas Spitsberg, muy cerca del casco polar. No se supo de ellos luego de que a las pocas horas una paloma mensajera enviada por los viajeros dijera que todo iba bien. 33 años después sería hallado por pescadores noruegos, además de los cadáveres de otros acompañantes y documentos. En 1925 se cruzó por primera vez en avión el tan ansiado polo. En mayo de 1926 Ricardo E. Byrd y Floyd Bennett realizaron un viaje de 2 mil 300 kilómetros en quince horas y media. Dos días después el dirigible Norge, que llevaba exploradores y científicos atravesó el polo hasta llegar a Alaska en tres días. En 1928 otros exploradores con Nobile, el diseñador del dirigible que también anduvo por el viaje anterior, se destrozó y varias expediciones partieron en su búsqueda, se les encontró, pero uno de los equipos de rescate, el de Amundsen, aquel valiente que encontró la difícil y peligrosa ruta del noroeste, desapareció sin dejar rastro.