En sus primeros meses asistió tanto público, que se decidió ampliarlo. Tras diferencias técnicas, se eligió al arquitecto Juan Marzo, que construyó el cuarto piso. Las obras empezaron en 1833. No sólo sirvió para fueran más asistentes, sino también, darle una mejor estética.
Tras la innovación, el teatro se pareció bastante al que ha llegado a nuestros días, pero con matices, ya que las reformas continuaron sin acabar del todo el coliseo.
Surgieron varios problemas en esos años, como la aparición de goteras, cuya solución pasó por la colocación de una superficie de zinc. Mejor decir que fue un parche, ya que se tuvieron que llevar más obras para impermeabilizar la cubierta en 1845, 1852, 1857, 1862 y años posteriores.
También supuso una dificultad la edificación de la fachada del teatro, inconclusa desde los años 40. Pedro Henrich, encargado de la gestión teatral en 1842 hasta una década después, se comprometió a terminarla. Pero 8 años más tarde, al dimitir, la fachada seguía igual.
Las obras de más calado durante ese periodo fueron las que ejecutó la Junta Municipal de Beneficencia, encaminadas a aspectos ornamentales y mejoras de diversa índole; como la colocación de alumbrado de gas, columnas, esculturas en cornisas, etc… eso sí, aún faltaba la fachada.
Como el Hospital no tenía fondos suficientes, todo estaba en manos, mejor decir en los bolsillos, de un empresario teatral. El “salvador” fue Javier Paulino y el arquitecto elegido José Zacarías Camaña, que en los años 1853-54 terminaron con gran rapidez la fachada de estilo neoclásico tardío.
El mismo arquitecto acabó el Teatro Princesa en 1853 y, desde entonces, el coliseo, conocido por todos como el teatro del Hospital o Teatro Cómico o Teatro sin más, fue denominado Principal para distinguirlo del nuevo.
Así, el Teatro Principal, totalmente acabado se reinauguró en septiembre de 1858. Su aforo llegaba hasta las 1871 localidades, aunque podía ascender hasta las 2500, pues no importaba mucho la comodidad ni la seguridad.
A partir de entonces, el teatro sufrirá varias y pequeñas reformas, necesarias para hacer frente al paso del tiempo. En los años setenta se quitarán poco a poco los palcos del 2º y 3er piso en favor de filas de butacas, se subirá la cubierta del escenario y se colocará una marquesina de hierro en su exterior para cubrir las taquillas (1877) siendo ampliada siete años después.
En 1882 llega a la ciudad la luz eléctrica y al teatro también. A finales del siglo XX los diferentes encargados llevan a cabo más mejoras.
A partir del nuevo siglo, el Teatro Principal pasa por tres fases en sus reformas; en los años 40, 60 y 80 respectivamente. Los protagonistas de las obras fueron dos arquitectos provinciales; el primero, Vicente Rodríguez, que acaba la decoración que ha llegado hasta hoy, y el segundo, Luis Albert Ballesteros, que en 1945 reformó el acceso principal y el vestíbulo con detalles estéticos. Éste último llevó acabo la remodelación más destacada cuando se abrió la calle Poeta Querol con la de las Barcas. Se destruyó la manzana adyacente y desapareció la calle Fidalgo.
Esto dejo entrever la decadencia de las fachadas secundarias, de las que la más visible se le lavó la cara con ladrillo rojo cara vista. Por falta de presupuesto las restantes no sufrieron cambios.
En los años 80, los arquitectos provinciales G. Stuyck y A Peñín intervinieron en más reformas adaptando el teatro a los nuevos tiempos, eso sí, respetando los aspectos históricos sin dejar de lado el funcionamiento del mismo.
Para saber más: El teatro Principal de Valencia. Acústica y Arquitectura . Arturo Barba y Alicia Giménez. Teatres de la Generalitat y Universidad Politécnica de Valencia. 2011. Valencia.
El Teatro Principal en 1919