Revista Cultura y Ocio

Breve. Me he puesto en tu lugar y sigues siendo gilipollas

Publicado el 05 marzo 2023 por Molinos @molinos1282


Breve. Me he puesto en tu lugar y sigues siendo gilipollas

Veinticinco. 1, 2, 3, 4, 5, 6, 7, 8, 9, 10, 11, 12, 13, 14, 15, 16, 17, 18, 19, 20, 21, 22, 23, 24 y 25.  Veinticinco minutos dediqué el viernes a limpiar una de mis plumas para guardarla y usar otra de las que me han regalado por mi cumpleaños. Ahora ya tengo tantas que tengo que organizar turnos para poder utilizarlas todas. Mientras dejaba correr el agua por el plumín hasta que la tinta gris grafito desapareció y cuando después secaba con esmero cada pieza sentí esos minutos pasar y fue, de alguna manera, relajante. Dedicar todo ese tiempo a nada más que limpiar una pluma me pareció casi sanador, calmante, analgésico.

Esta semana empezó con cosas que me preocupaban muchísimo que parecían haberse adueñado de mi vida, no podía escapar de ellas. Quería respirar y esas preocupaciones eran como un globo gigante que ocupaba todo el espacio a mi alrededor sin dejarme apenas hueco para moverme. ¿Cuáles eran? No lo sé, ya no me acuerdo porque a mitad de semana, el miércoles, dos amigas mías tuvieron malas noticias y eso desinfló el globo de mi preocupación y malestar, que pasó a convertirse en algo que ya acumula polvo y pelusas en el fondo de mi memoria. ¿Por qué estaba tan disgustada, tan cabreada, tan amargada? No me acuerdo. Ni siquiera soy capaz de recuperar esos sentimientos de disgusto, cabreo o amargura. No necesito que la desgracia o la realidad aparezcan para poner en contexto mis mierdas: ese ejercicio mental ya lo hago solita. Pero cuando llegan de golpe (y en realidad siempre aparecen así) tienen un efecto terapéutico, parecido al de pasar veinticinco minutos limpiando una pluma: todo aquello que te dolía tres horas antes deja de doler porque hay algo mucho más grave por lo que preocuparse, algo real, tangible, aterrador o triste. Dar su justa medida a las cosas que (me) pasan se ha convertido en algo tan inusual que cuando ocurre te coloca de nuevo con los pies en la tierra, todo se ve más claro. Es un efecto parecido al que tuvo la pandemia y que ya hemos olvidado. 

I perceive that we partially die ourselves through sympathy at the death of each of our friends or near relatives. Each such experience is an assault on our vital force. It becomes a source of wonder that they who have lost many friends still live. After long watching around the sickbed of a friend, we, too, partially give up the ghost with him, and are the less to be identified with this state of things.Henry David Thoreau.  

¿Quién será el primero en morir? ¿Seré yo?  

Soy una madre fatal. Cuando yo era pequeña o joven mi madre decía varias cosas que yo me creí por completo: «no susurréis porque yo oigo todo lo que decís»; «sé cuando me estáis mintiendo»; y «cuando volvéis a casa por la noche siempre os oigo llegar». También me dijo, cuando le pregunté qué eran las compresas: «la regla son tres gotitas de sangre que las mujeres echamos una vez al mes». Y también me lo creí, claro. El tema es que yo no oigo jamás a mis hijas, muchas veces sé que me están mintiendo pero me las han metido dobladas y, cuando salen por la noche, lamento decir que me duermo como una bendita y sólo a veces las oigo llegar. Bueno, a lo mejor no soy una madre fatal y lo que pasa es que mi madre es una mentirosa.

Al editar el episodio de Hoy en el País dedicado a Tintín descubrí que, a mediados de los años cincuenta, Hergé sufrió una depresión y tenía sueños espantosos en los que todo era blanco. Comenzó un tratamiento con un psicoanalista que le recomendó que descansara. Hergé no siguió el consejo y trabajó aún más: dibujó Tintín en el Tibet, un tebeo que es todo blanco. Para mí, mi depresión también fue blanca, de un blanco que no me dejaba abrir los ojos, ni levantar los hombros, ni mirar de frente. Fue una luz blanca deslumbrante que no me dejaba ver el mundo ni verme a mí. Ahora ya casi no me acuerdo; sé que podría ir a Los días iguales, que también es blanco, y releerme, pero me da miedo.

Hace ya un par de meses que terminé de ver Better Things(HBO) pero me descubro pensando con frecuencia en ella. Es la serie que mejor retrata la vida de una madre con hijas adolescentes. Es tan real… La exasperación a la que son capaces de llevarte tus descendientes, las ganas de asesinarlas que sientes cuando te miran avergonzándose de ti; la ternura que te provoca sentir que les avergüenza acudir a ti, necesitarte cuando quieren consuelo, ayuda o consejo; lo crueles que pueden ser cuando son injustas contigo y lo saben y aún así siguen porque se sienten autorizadas, sienten cierto poder en ejercer esa injusticia contra ti. Tú  no te rebelas porque sabes que no irá a ningún sitio y lo sabes porque tu hiciste lo mismo con tu madre. «Yo no, yo siempre quise mucho a mi madre»… Sí, claro; y las vacas vuelan. Pamela Adlon, a través del personaje de Sam, clava las relaciones con las hijas y la relación con su madre. Me he visto en ella; cuando estás entre tu madre y tus hijas es como vivir en la habitación de los espejos de la casa del terror: no hay escapatoria y no sé cómo no te vuelves loco.

Me he puesto en tu lugar y sigues siendo gilipollas

Leo esto en Twitter y lo necesito en una camiseta.

Ginormous. He descubierto esta palabra y me encanta. Ni siquiera hay que saber inglés para saber qué significa.

Son casi las once de la noche cuando llego al final de este breve. En el podcast de Better Things, Pamela Adlon dice: «Cuando una madre se queda sola nunca cocina. Te preparas un sándwich, comes una loncha de jamón, calientas cualquier cosa en el microondas o te preparas una bebida. Pero no cocinas».

Voy a cenar yogur con compota de manzana y fresas. Y esta noche no oiré llegar a mis hijas.

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