Breve -y atroz- historia de b

Por Salvaguti

Llovía el día que nació B. En realidad, la lluvia no es una noticia en la ciudad de B, es lo habitual. Primer hijo, sus padres celebraron su llegada con gran alegría. En un vídeo se puede ver a B en su cuna, duerme feliz; los primeros pasos, se apoya en una mesa de cristal para no perder el equilibrio; sopla las velas de su tercer cumpleaños. También se puede ver en el vídeo a B con su primera espada, de plástico, con el mango marrón emulando la madera y el gris de la hoja redondeada. Tal vez fue a la salida del colegio cuando B escuchó la palabra “moro” por primera vez. Un adulto casi la gritó, con ese desprecio, con ese asco, que podía contemplar en los labios de su padre cuando descubría “caca” en su pañal. Años después, “moro” dejó de ser una palabra chirriante para B. Más, junto a algunos de sus amigos, B amplió el número de palabras con esa musiquilla deleznable: judío, negro, sudaca, maricón, bollera. El día que le regalaron su primera videoconsola, la Play 1, sus padres descubrieron a B hipnotizado, con una sonrisilla de satisfacción, contemplando la fanática y excitada oratoria de un telepredicador en una black trinitron que estaba de oferta. Acercaos, tengo algo importante que contaros, repetía incesantemente el telepredicador a sus feligreses. B cambió sus habituales espadas por el mando a distancia de la consola. Junto a su gran amigo A, encerrado en su habitación –con las paredes cubiertas con fotografías de Mussolini, Franco o Pinochet-, sin prestar atención al reloj, B pasaba las horas arrebatándole a los musulmanes ciudades y países. Soñaban ser valientes caballeros templarios. Entre partida y partida, A y B comenzaron a hablar de política, y muy pronto dedujeron que los males de este mundo estaban provocados por los “moros”, por los “negros”, por los comunistas, por los marxistas, por los socialdemócratas, por la izquierda. La izquierda desbancó al Islam en el podium de odio de B. Después de cientos de horas de charlas y discusiones, una mañana, muy temprano, A y B se afiliaron a la sección juvenil de un partido político ultraconservador. No tardaron en explicarles que todo lo que es diferente es peligroso.

Momentos duros: sus padres se divorciaron y la relación con los compañeros de partido no era la que habría previsto. B daba por sentado que el resto de chicos pensarían como él o como A, y cuando descubrió las primeras miradas de horror o de desprecio, decidió solicitar la baja voluntaria. B compró una pistola, ligera, negra, semiautomática. Hoy mataremos a Zapatero y a su socio Bin Laden, gritaron los amigos antes de vaciar los cargadores en las afueras de la ciudad. B descubrió que aquello, disparar de verdad un arma, el tacto del dedo en el gatillo, era mucho más divertido y emocionante que cualquier videojuego, incluso que esos videojuegos ilegales que coleccionaban. Por las noches, B comenzó a escribir en los foros de los periódicos, en su versión digital, con sobrenombres que recopilaba de la Biblia. Aunque no guardara relación alguna con el tema, B siempre reivindicaba una Europa “blanca” y conservadora, que mantiene con firmeza sus fronteras impidiendo la llegada de inmigrantes y que se aferra a sus valores más tradicionales. Tenemos la sagrada misión de limpiar nuestra tierra antes de que el mal siga extendiéndose, escribió una madrugada. Creó B perfiles falsos de Facebook y Twitter y empezó a amenazar a políticos de izquierdas, inundando la Red de todo tipo de calumnias que inventaba, impulsado por el odio que crecía en su interior. Hasta A, durante un tiempo, lo esquivó. Había dejado de ser divertido estar junto a su amigo, constantemente excitado y malhumorado.

En la televisión pasaban el festival de Eurovisión, B empezó a escribir en una libreta el guión de la historia que soñaba representar. Instalado, durante semanas, en una solitaria granja donde prepara los explosivos, entiende que ha llegado el momento, que tiene que dar un paso adelante para cumplir con la gran misión que le han encomendado. Descubre horrorizado que su objetivo, los jóvenes socialdemócratas que se reúnen en una pequeña isla, tiene el atrevimiento de rendir un homenaje a los que trataron de impedir el triunfo fascista en España. Ya no hay marcha atrás. Descuelga del armario el uniforme de policía, comprueba que los cargadores de todas las armas que ha comprado cuenten con la munición suficiente, llena el depósito de la lancha. La explosión en el centro de la ciudad se produce a la hora y en el lugar indicados, el caos se ajusta al guión establecido. A pesar de todo, el agua está en calma. Una vez en la isla, cobijado bajo la apariencia de un eficiente policía, no tarda en convencer a algunos de los organizadores del encuentro socialdemócrata de la necesidad de reunir a los jóvenes asistentes para explicarles lo sucedido en la ciudad. Acercaos, tengo algo importante que contaros.

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