Da la sensación de que Bárcena no da con la tecla para hacer llegar al lector lo que tiene que decir, y aunque escribe correctamente, no transmite. Sus inquietudes temáticas y los escenarios que maneja lo colocan en la estela de escritores como Gorodischer o Dunsany, pero no logra hacer mella ni en la fascinación ni en el recuerdo del lector. Unas semanas después de su lectura sólo sobreviven en mi memoria un par de detalles y un relato, el titulado "El mercader de betunes", en el que se narra la deserción y el triunfo final de Aquiles. Junto a este cuento, lo más reseñable es, probablemente, la hermosísima cubierta.
La oscuridad exterior, de Cormac McCarthy
Los protagonistas de La oscuridad exterior, la segunda novela escrita por McCarthy, son dos hermanos, padres de un niño al que él deja abandonado entre unas rocas tras nacer y al que posteriormente se verá obligado a buscar, atravesando los bosques y pueblos de una norteamérica oscura, atávica. La belleza del paisaje natural, la crueldad y animalidad de los pobladores humanos y la pugna de una civilización balbuceante por imponerse a un mundo salvaje, regido por comportamientos primarios, se apoderan de la imaginación del lector, excitada por el hipnótico estilo y el vasto vocabulario. Un mundo de frontera, bello y terrible, en el que tres jinetes del infierno -el mal siempre presente en la obra mccarthyana- asoman cada cierto número de páginas presagiando tragedia y horror, y produciendo una sensación de predestinación y escalofrío en el lector.
El final no es apto para estómagos sensibles, pero sí muy disfrutable para todos aquellos que se quejaron en su día de la, a su entender, debilidad mostrada por el viejo McCarthy en las últimas páginas de La carretera.
El enigma cuántico, de Bruce Rosenblum y Fred Kuttner
La mecánica cuántica funciona, y eso es lo que cuenta. El problema es que parece demostrar cosas que creemos absurdas, como por ejemplo que el observador influye en la creación de un proceso (de alguna forma, lo crea al observarlo), lo cual podría conducir a la peligrosa conclusión de que es la conciencia la que da origen a la realidad. Rosenblum y Kuttner ponen todos los datos al alcance del lector y hacen desfilar en orden cronológico a todos los eminentes científicos que investigaron la teoría cuántica, aquellos que la fueron configurando hasta darle su actual apariencia: Planck, Einstein, Bohr, De Broglie, Schrödinger, Heisenberg, Bell...
Conceptos como el del entrelazamiento cuántico, que sugiere que dos partículas pueden estar conectadas independientemente de la distancia que haya entre ellas, o la superposición cuántica, que asegura que una partícula puede estar en dos estados a la vez hasta que se la observa (marcando el observador de ese modo la realidad del estado, antecedentes temporales incluidos), son acompañados con clarificadores ejemplos, de tal modo que -y quizás sea este el único pero del libro- cuando llegan los capítulos finales dedicados a la conciencia, en los cuales las implicaciones deberían estallar como una bomba retardada, la sorpresa lo es menos. El último capítulo, en el que se aplica todo0 lo tratado al entorno cósmico, contiene sentido de la maravilla en dosis altamente peligrosas debido a su pureza.