Contra el tiempo, de Rafael Marín y Juan Miguel Aguilera Cuenta la leyenda que el rey Minos de Creta ordenó construir el Laberinto para encerrar a su deforme hijo, una bestia mitad toro, mitad hombre. El Minotauro adquirió la fea costumbre de alimentarse con la carne de los sacrificios humanos que su padre le ofrecía, llegando a convertirse en un auténtico terror tanto para su nación como para los países que la rodeaban. El héroe Teseo, hijo del vecino rey Egeo, logró matar al Minotauro y después, gracias al hilo de Ariadna, encontrar la salida del Laberinto, acabando así con el sufrimiento de aquellas gentes.
Efectivamente, todo eso forma parte de la leyenda, porque la realidad, aunque parecida en algunos puntos, se distancia de manera crítica en otros. O por lo menos así nos lo proponen Rafael Marín y Juan Miguel Aguilera en Contra el tiempo, una epopeya clásica cuyo sencillo entramado se sustenta en un fuerte componente hard.
Tras contemplar el fin de la Tierra, Dagán y Aclis, seres posthumanos que conviven con la Malla, un gigantesco anillo obra de la Humanidad situado alrededor del Sol, realizan un viaje al pasado que acaba de manera accidentada. Separada de su mentor y amante, Aclis, protegida biológica y tecnológicamente por su nexo -una extensión personal de la Malla-, superará incontables barreras y creará parte de la mitología antigua a la búsqueda de Dagán, quien parece ser la causa de los nuevos males que azotan a los habitantes de la Edad de Bronce.
El amor de Marín por el pasado y de Aguilera por el futuro se suma y da lugar a una narración que juega con algunos mitos clásicos, transformándolos en instrumentos de una historia que reafirma la primera Ley de Clarke (“una tecnología lo suficientemente avanzada sería indistinguible de la magia”). La novela ofrece una base lógica para la mitología; no niega su espacio desde el escepticismo científico, sino que ofrece la posibilidad de su existencia merced, precisamente, a la ciencia. Es decir, los mitos han de ser tomados en serio, describen una realidad, pero esta es posible gracias a la ciencia, a quien le deben su nacimiento. Se trata de la conversión definitiva.
Fuera de estas consideraciones hay que decir que Contra el tiempo se lee sin complicación alguna, ya que está escrita de forma sencilla, y que no se entretiene en disquisiciones ajenas a la trama principal. Cuenta la historia de dos enamorados perdidos en tierras extrañas y separados por una gran distancia, pero narra sobre todo la búsqueda protagonizada por uno de ellos, un auténtico viaje iniciático hacia el conocimiento del sentimiento humano en una aventura propia de una época perdida para siempre. Monstruos, guerreros y conceptos olvidados como el valor y la fidelidad en un entorno de dioses que no son tal cosa.
Sin embargo, en el fondo, uno se queda con la impresión de que se podría haber pedido más a la primera colaboración de dos autores que son santo y seña del género en España, pero eso suele pasar cuando las expectativas son tan altas. De todas formas, el resultado es positivo. Contra el tiempo es un loable intento de combinar mitología y ciencia ficción dura en una novela corta que, aun sin lograr la excelencia, se presenta como un entretenido híbrido temático de lectura agradable. El texto original de esta reseña fue publicado en Bibliópolis, crítica en la Red.
Conan el profanador, de Leonard Carpenter
Nuevas aventuras del antes cimeriano y ahora cimmerio más famoso de todos los tiempos. Situada cronológicamente tras Sombras en Zamboula, uno de los originales más flojos de Robert E. Howard, esta novela de Leonard Carpenter muestra los intentos de Conan y una banda de ladrones de tumbas por hacerse con los tesoros del mausoleo en construcción de un rey semita agonizante. El brujo estigio de turno y unas criaturas resucitadas por el mismo harán lo imposible para acabar con los planes y la vida del bárbaro.
Un mero entretenimiento que como tal sólo logra su objetivo en las últimas páginas, alimentadas por una acción desbordante y un notable poder visual del cual el mismísimo Ray Harryhausen, de estar hablando de otro medio distinto, podría haber asumido la paternidad. Final feliz, coherencia con el resto de la serie y algunas imágenes escalofriantes en un libro marcado por una floja labor de traducción. Sirva el abuso del verbo complotar como ejemplo.
La ciudad de las sombras, de Rafael Estrada La literatura infantil siempre se ha llevado bien con la fantasía. El tipo de lector al que va dirigida permite, debido a su menor exigencia intelectual, que el rigor y la coherencia de las historias no esclavicen la creatividad. Las ideas, así, se muestran más frescas, más puras que en la producción adulta. A cambio, este género para menores ha adquirido en los últimos tiempos la obligación de mostrarse didáctico, de enseñar algo a sus lectores.
Rafael Estrada se muestra curiosamente ambiguo al respecto. Crea una historia atractiva, bien entretejida y de una simpleza ejemplar, conjugando valores tan tradicionales como la imaginación, el amor a la familia y el valor, pero no logra evitar dejar su impronta de escritor adulto. Paradójicamente, introduce un mensaje en forma de crítica contra aquellos escritores que introducen mensajes en los cuentos infantiles, y confunde de paso la labor didáctica con la docente, sometiendo a los pequeños lectores a un breve tratado de informática en rápidas lecciones, en el que, además, los protagonistas se expresan como personas de distinta edad a la suya.
Sin duda, donde la obra muestra mayor calidad es en la imaginativa trama, diseñada para mantener la atención del joven lector por medio de la intriga y el misterio. La historia, que guarda incluso una inesperada sorpresa final, está contada en formato flashback, unos años más tarde, por la propia protagonista.
Julia, una niña de doce años, vive la separación de sus padres con un sentimiento cercano a la incertidumbre. Afortunadamente, su abuela no sólo constituye una firme figura en la que apoyarse, sino también una fuente de apasionantes misterios. Gracias a sus consejos, logrará entrar en la dimensión de las malvadas sombras que están a punto de hacerse con su padre, quien desde hace un tiempo muestra una reprobable displicencia hacia ella. Julia, ayudada por la “abu” y por un amigo, reunirá finalmente el valor necesario para introducirse en la ciudad de las sombras y, posteriormente, rescatar a su padre.
La ciudad de las sombras ofrece un resultado final irregular. En cierto modo, capta satisfactoriamente el grado de incomprensibilidad que la ruptura de los padres puede alcanzar en una mente infantil, forzada a refugiarse en un mundo de ensueño, pero los detalles ajenos a la trama (el mensaje/contramensaje y el encubierto manual de informática), innecesarios en todo punto, empañan ligeramente la atractiva historia que alberga. El texto original de esta reseña fue publicado en Bibliópolis, crítica en la Red.