Breviario del fin del mundo o los diarios secretos de Julio Llamazares

Por Davidrefoyo @drefoyo
Foto E.D.V.

No estamos en el circo pero

tú danzas sobre el cable con vehemente equilibrio.

Una suave brisa, la misma que hace avanzar las noticias, nos aleja

del wi-fi y los servicios de emergencia.

A tus pies solo vacío, medio centenar

de metros sin pausa ni mesura.

La belleza es tan inútil en algunas ocasiones.

El miedo se adivina en tu cara y en los tópicos

cuando el puente que atraviesas se somete al tiempo,
al abandono, al cliché obsoleto de la ingeniería
o al Tratado de Maastricht y otros convenios comunitarios.

Nadie ha caído rendido en esta sima, sólo mi miedo,

esa soga semielástica que me lanza a intentarlo y a rendirme.

Sin muertos no hay batalla, digo, pero yo no quiero ser el cadáver

de este banquete dominguero y vegetal.

Admiro tu valor. Imagino tu cuerpo desprendiéndose raudo

hacia ninguna parte y el arroyo del final del mapa
no servirá de colchón para follarte ni salvarte la vida.

El crash sería irreversible, como si algún crash no lo fuera siempre.

La voluntad lo puede todo y pienso en Hitler y en los tanques,

en cómo escapar del laberinto de vías, piedras y paisajes idílicos

del infierno.

Yo regreso por la senda de los cobardes, agazapado, arrodillado

entre los charcos y la maleza.

Tu mano es mi aliento. Tu mano todo lo puede.

Abandonas porque sabes que tu sitio está aquí, en este lado,

porque peligro ya no es tu segundo nombre
y sabes -y yo también- que podrías haber cruzado este puente
y todos los puentes hasta las puertas doradas de la ciudad de Seúl 
de habértelo planteado.

Pero no lo hiciste. No.

A cambio hablamos de las consecuencias. De las compañías de seguros

y de renfe o el gobierno
Se aproximan elecciones. No es tiempo de heroicidades.