En un pequeño crucero que parte a orillas del segundo lago más grande de Nueva Zelanda, el Lago Te Anau, comencé el viaje hacia las “Glowworm Caves” (en español “Cuevas de los gusanos que brillan”), y hacia lo que más tarde sería una de las experiencias más fascinantes de mi vida. Silencio, oscuridad, agua que fluye y, al mirar hacia
El lugar
Asentada sobre una de las plataformas continentales más antiguas del mundo, Nueva Zelanda es la última frontera del Pacífico Sur. Se trata de un país insular de exuberante naturaleza, conformado principalmente por dos grandes islas: la Isla Norte y la Isla Sur, y algunas islas de menor tamaño. Uno de los destinos obligados –según los sitios de turismo- cuando decides visitar este país son las “Glowworm Caves”, y ahora entiendo por qué. Si bien estos animales teóricamente podrían verse en cualquier sitio del país, no solo en cuevas – siempre que se den las condiciones adecuadas-, existen mayoritariamente como poblaciones aisladas en lugares específicos. En la Isla Norte pueden observarse en diversos sitios, siendo el más famoso y accesible las Cuevas de Waitomo. Para el caso de la Isla Sur, lo son las de Te Anau, situadas dentro del Parque Nacional Fiordland, el más grande del país.
Los puntos rojos indican todos los sitios donde pueden observarse poblaciones de A. luminosa en Nueva Zelanda.
Luego de unos treinta minutos de viaje en barco, por un paisaje insular próximo a los fiordos y un lago inmenso, se llega a destino para descubrir estas luces que hacen que por momentos dudes si estás en un sitio de realidad virtual de la película “Avatar”. Las cuevas de Te Anau son las más “jóvenes” desde el punto de vista geológico; tan solo 12.000 años de antigüedad. Descubiertas en el año 1948 y con 6.7 km de longitud, solo una parte de ellas puede ser visitada. Son producto de la erosión generada por los fuertes y constantes flujos acuáticos subterráneos que tallaron a través del tiempo las rocas de piedra caliza.
Larvas luminosas
Quienes iluminan las oscuras y húmedas cuevas tanto de día como de noche, y cautivan -sin proponérselo- a miles de turistas, son en realidad millones de larvas de Arachnocampa luminosa, una especie conocida como “mosquito del hongo”. Éstas utilizan su luminosidad para atraer a otros insectos como presa, es decir, emplean la luz como estrategia de caza (en breve les contaré cómo lo hacen). Se trata de una especie nativa de Nueva Zelanda, aunque también pueden encontrarse ejemplares del mismo género al sureste de Australia, siendo éstos, los dos únicos sitios en el mundo donde habitan especies con estas particularidades.
Una pesca luminosa y pegajosa
Las trampas son similares a las de las arañas, solo que uno de sus extremos – donde está la larva- hay luz a modo de señuelo. Los insectos voladores ven la luz en la oscuridad y vuelan hacia ella, porque se asemeja a la luz de la luna que brilla a través de los árboles. En lugar de encontrar la libertad, se quedan atrapados en una especie de “hilos pegajosos”. Su lucha por liberarse alerta a la larva que puede sentir las vibraciones y arrastrar a su víctima, algo que hace con la boca. Una vez que “ha recogido la pesca”, muerde al insecto y lo mata. Luego succiona los jugos o se lo come entero.
Esquema donde puede observarse el nido y una larva elaborando su “Línea de pesca”. Adaptado de I. A. N. Stringer, 1967.
El cazador es muy “aplicado” y dedica mucho tiempo a reparar y limpiar sus “líneas de pesca”. Las líneas son construidas desde el nido y varían mucho en número y longitud, dependiendo del tamaño de la larva y de su lugar de residencia. En el aire tranquilo de las cuevas, las líneas pueden alcanzar hasta 150 mm de longitud. Cada línea está hecha de seda con pequeñas gotitas de un moco pegajoso colocadas a intervalos regulares. Una larva adulta puede llegar a producir hasta 70 “líneas” y pasará alrededor de 15 minutos produciendo cada una. La primera gota de moco es la más grande, luego se añade una longitud corta de seda, seguida por otra gotita, luego otra longitud de seda.
Una luz visceral
El suave brillo de Arachnocampa luminosa es un ejemplo de bioluminiscencia, es decir, la producción de luz por parte de una criatura viviente. En este caso, la luz de las larvas es emitida a partir de pequeños tubos que terminan alrededor del ano. Los órganos productores de luz están ubicados en el último segmento abdominal del insecto y surgen de los túbulos de Malpighi, involucrados en la excreción y la regulación osmótica, similares a los riñones.
Las larvas brillan durante toda la noche y pueden modular su bioluminiscencia en respuesta a la información sensorial. Esto lo realizan controlando el ingreso de oxígeno al órgano lumínico. Una larva hambrienta brilla más que una que acaba de comer. La reacción que produce la luz consume mucho oxígeno, por ello una especie de “airbag” rodea a los órganos productores de luz, proporcionándole oxígeno y actuando como un reflector para concentrar la luz.
Las larvas son sensibles a la luz y la perturbación; se retiran a sus nidos y dejan de brillar si se las toca. Generalmente tienen pocos depredadores. Su mayor peligro es la interferencia humana. No permitamos que otra especie como ésta deje de brillar en el mundo.
Fuentes consultadas:
Louise F.B. Green. The fine structure of the light organ of the New Zealand glow-worm Arachnocampa luminosa (Diptera: Mycetophilidae), Tissue and Cell. Volume 11, Issue 3, 1979, Pages 457-465.
Lisa M. Rigby, David J. Merritt. Roles of biogenic amines in regulating bioluminescence in the Australian glowworm Arachnocampa flava. Journal of Experimental Biology 2011 214: 3286-3293; doi: 10.1242/jeb.06050
Web: www.waitomocaves.com
Web: www.newzealand.com
Web: teara.govt.nz
Web: www.realjourneys.co.nz
Web: www.reed.edu/biology/courses
Web: eol.org
Biotecnóloga, docente y con ganas de hacer cosas para construir un mejor mañana.
@cecidiprinzio