En sus inicios esta serie creada por Mike Schur y Dan Goor, responsables de Parks and recreation, no me convenció pero logró conquistarme en su último tramo cuando rebajaron, un poco, el protagonismo de Andy Samberg. Brooklyn Nine-Nine pretendía ser el vehículo de lucimiento Samberg, cómico conocido por su paso por el mítico Saturday Night Live, y que, con esta serie, pretendía igualarse a Tina Fey y Amy Poehler. Lo ha logrado? Él no pero la serie está un peldaño de igualarse a mi queridísima Parks and recreation. Samberg es bueno en pequeñas dosis; es un buen comediante, un genial imitador, un actor tremendamente físico que, como Jim Carrey, puede sorprender en papeles dramáticos como demostró en Celeste and Jesse Forever. En Brooklyn Nine-Nine su sobrexposición, su patente protagonismo ahogaba un producto que pedía a gritos apostar por la coralidad aprovechando el potencial de las demás piezas de la comisaria. Cuando la serie fue consciente de esa necesidad empezó a mejorar, alcanzando cotas de genialidad y desenfreno de alta potabilidad. Un ejemplo de esto sería el capítulo de Halloween de la segunda temporada, se trata de un episodio bien armado, sólido, original y divertido; con un André Braugher que merece un monumento.
Otros aciertos de la serie fueron abandonar la obsesión de Trujillo por Rosa y apostar por más minutos en pantalla del dúo Scully-Hitchcock. Con esto todo el reparto tenía oportunidad de brillar en cada episodio y Samberg, sin renunciar a ser el epicentro de las tramas y el protagonista de la historia, cedía tiempo, gags y frases a sus compañeros. Brooklyn Nine-Nine apostó por la coralidad y acertó de pleno.
La segunda temporada está dejando varios capítulos memorables: Halloween II, Lockdown o USPIS. Las estrellas invitadas que están apareciendo funcionan dentro de la la locura de esa comisaría neoyorquina (Kyra Sedgwick, Eva Longoria, Ed Helms). Brooklyn Nine-Nine ha sabido encontrar su tono, ha crecido y pulido sus defectos perfeccionando una fórmula abocada al éxito.