Brujerías, de Virginia Curiá

Publicado el 18 abril 2015 por María Bertoni

Cobertura de Espectadores.

La abuela de Malva sabe porque es bruja o curandera (de las buenas) pero más sabe por vieja. Vale parodiar el conocido refrán diabólico para adelantar una de las aristas principales de Brujerías, coproducción española-brasileña que se proyectó ayer por primera vez en el Baficito. De hecho, el largometraje animado de Virginia Curiá gira en torno a la relación que la niña protagonista mantiene con su querida Lalilas, y por carácter transitivo a la advertencia sobre todo lo que puede y/o suele suceder cuando los menores desobedecen a sus mayores.

En este caso, más que niña, Malva es una pre-adolescente adicta a la tecnología y embobada con un muchacho aficionado al parapente. Le preocupa tanto convencerlo de que ella también puede volar (gracias al ungüento hediondo que le birló a su nonna), que es incapaz de percibir la amenaza que se cierne sobre ambas.

Aunque posee personalidad propia (se diferencia claramente de la estética y de las historias made in Disney y Pixar), Brujerías retoma ocurrencias que ya vimos en producciones concebidas para consumo masivo. Por un lado, los caracoles cantores parecen inspirados en las entrañables babosas de Lo que al agua se llevó (factoría Aardman). Por otro lado, el plan malvado de la dueña de una fábrica de cosméticos que consiste en secuestrar a Lalilas para que ésta le revele al menos dos fórmulas secretas evoca el recuerdo de aquella entrega de Astérix, en la que los romanos capturan al druida Panoramix para que les enseñe a preparar la famosa poción mágica energizante.

Quizás en homenaje a ese episodio pergeñado por René Goscinny y Albert Uderzo, la guionista Ánxela Louleiro imaginó al secuaz de Rufa semi-calvo y empecinado en arrancarle a Lalilas la fórmula de la loción que hace crecer el cabello.