1. Cenar en el restaurante Le Roy d´Espagne. Y digo cenar porque el verdadero espectáculo comienza cuando cae la noche. En este restaurante no solo podrás degustar los platos típicos de la cocina belga sino que verás una panorámica sobre la Grand Place que te dejará sin aliento. Sus elegantes edificios de toque barroco y renacentista se iluminan con luces que van desde el blanco hasta el amarillo pálido y los tonos rojizos para crear un ambiente de ensueño.
2. Ir de compras por las Galeries Royales Saint Hubert. No importa si no eres particularmente aficionado a las compras porque en este ambiente te resultará difícil salir sin haber comprado nada. Estas galerías fueron el primer centro comercial de Europa y aún hoy continúan ejerciendo un influjo mágico en los miles de turistas que las visitan. Si no deseas comprar nada bien vale la pena recorrerlas para detenerse a tomar un café en una de sus terrazas mientras a nuestro alrededor gira una vida convulsa.
3. Disfrutar del Museo René Magritte. Bruselas tiene casi cien museos por lo que deberás elegir cuáles visitar. Si tienes poco tiempo el espacio obligatorio para empaparse del arte es el Museo Magritte que presenta la mayor colección del mundo de obras del artista. Aquí la realidad se funde con la fantasía y una de las mayores delicias será descifrar las historias detrás de estos cuadros oníricos.
Si te queda tiempo y te quedas con ganas de conocer más de la ciudad entonces deberás conocer el Manneken Pis (la emblemática escultura del niño que orina), el espectacular y futurista Atomium con sus más de cien metros de altura y la catedral de Bruselas cuyos vitrales de proporciones desmesuradas acaparan toda la atención.