“Duró la tormenta hasta entrados los años 80, cuando el sol fue secando la ropa de la Vieja Europa”.- Canción ‘Con la frente marchita’ de Joaquín Sabina.
Budapest, esa ciudad de monumentos imponentes, señorial elegancia y estatuas por doquier, pero también edificios que parecen haberse quedado anclados en la Vieja Europa, así como rastros de lo que fue una Historia convulsa. Esa ciudad que en su día fueron tres: Buda, Pest y Óbuda, y que se presenta al viajero como la mezcla perfecta entre visitas interesantes, lugares cargados de belleza y ambiente y vida en sus calles. Ideal para disfrutar desde las alturas, ya que dispone de miradores naturales gratuitos como sus puentes, el Bastión de los Pescadores o la Ciudadela; para pasear por sus animados barrios y encontrando el agua como elemento, siempre presente; o para tomar algo en uno de sus geniales bares en ruinas. Esa ciudad que pude disfrutar más de cerca que nunca al alojarme en Budapest uno de los barrios menos céntricos; que hice un poco mía. Esa ciudad que me sorprendió y encandiló y a partes iguales por los motivos que os contaré a continuación, desentrañando esas razones que la hacen diferente.
Una ciudad de contrastes
Los contrastes marcaron a Budapest desde que me alojé el primer día en la calle con peor pinta que había visto en mucho tiempo; hasta el momento en que seguí viendo edificios bastante deteriorados y antiguos; pasando por el momento en que disfruté –evidentemente- de calles señoriales y monumentos espectaculares o de una imagen evocadora como pocas a orillas del Danubio. Contrastes de edificios grises con otros coloridos; gente de muy diferente tipo y condición; barrios que parecían de diferentes urbes; postales opuestas en distancias fáciles de recorrer a pie.
Porque Budapest es esta ciudad:
Y esta:
Y esta:
Y esta:
Y esta…
Un elemento: El agua
Más allá de ser muy conocida por los diferentes balnearios que acoge y que fui a Széchenyi y no me decepcionó, creo que el agua fue un elemento que sentí simbólicamente unido a la ciudad en todo momento. Cuando paseaba el primer día sin rumbo, intentando dejarme sorprender por ella, vi cómo sus ciudadanos aprovechaban cada pequeño rincón donde había agua para refrescarse y descansar. Ejemplos de ello eran los chorros de agua en Szabadság Square o una zona de descanso para la gente con los pies a remojo en Deak Square.
Una actividad: patear (para variar)
Budapest tiene tantas visitas interesantes (visitar el Parlamento, el edificio más imponente de La Perla del Danubio; recorrer Buda viendo su castillo, el Bastión de los Pescadores o la Iglesia de Matías; el Mercado Central; sus baños termales; o la vista de las dos orillas del río que la atraviesa), que podemos olvidar patearla para fijarnos no solo en lo más turístico; sino en la vida de la ciudad. Por eso, os recomiendo caminar por sus calles y sorprenderos de lo que os vais encontrando. Para ello, unas pistas sobre tres zonas que a mí me gustaron: Un mercado de artesanías que tiene lugar los domingos (y algunos sábados), el Gozsdu Udvar, un pequeño boulevard de bares, entre las calles Király y Dob Ucta; bajaros en la parada de Ferenciek Square y caminar hasta Kalvin Square, observando los diferentes edificios de la Universidad, contrastando con el ambiente de sus calles; o un paseo por la calla Akacfa, llena de arte callejero, algo que hasta llegar allí había echado de menos en la ciudad.
Reinventando la ciudad: Los bares en ruinas
Lo que más me gusta de las ciudades no es solo lo que nos muestran de su pasado, sino su capacidad de reinventarse. Y parece que en Budapest saben cómo hacerlo. Una buena muestra es la que representan los bares en ruinas, locales que han sido levantados en antiguos edificios deteriorados y que hacen gala de una esencia muy particular: muebles y trastos de otra época, grafitti o pintadas en sus paredes, bicicletas en el aire, colorines y ambiente alternativo. Además, habitualmente acogen diferentes expresiones artísticas, como conciertos en directo o exposiciones. El más conocido de todos ellos e incluido por la prestigiosa guía de viajes Lonely Planet entre los diez mejores bares del mundo, está el Szimpla Kert (Kazinczy u. 14); un auténtico laberinto de rincones coloridos, pintadas y cachivaches que hacen de decorado para las distintas barras de bar que amenizan la vida de los huéspedes. Próximamente descubriré otros bares en ruinas que conocí en la ciudad
Una calle: Raday
Hace tiempo que conté que cada vez me fijaba más en las calles, en lugar de en las plazas o monumentos. En ocasiones, me voy dando cuenta de lo mucho que me gustan las vías cuando las recorro en diferentes momentos, pero en otras, se trata más bien de un flechazo. Digamos que me enamoro en un instante; con una simple mirada y la sensación va en aumento, a cada paso. Esto me sucedió con la calle Raday, colorida, viva e intensa de principio a fin. Iba con las indicaciones para encontrar uno de los bares en ruinas, pero cuando, cansada de buscar y sentada ya en otro establecimiento para tomar algo, le pregunté al camarero, este me confirmó que no estaba allí. Lejos de sentir la frustración de no llegar al destino que tenía marcado –algo muy propio de mí-, disfruté mucho de estar allí, sentada, tan solo tomando algo. Tiene mucha vida.
Luego volví y confirmé, sin duda, que es una de las calles con más ambiente de la ciudad.
La gran cantidad de miradores naturales
Siendo una enamorada de las vistas, que Budapest tenga tantos lugares donde observarla desde lo alto sin tener que pagar ni un duro me parece fascinante. Por un lado, sus puentes, aunque no tomen altura, dan una perspectiva amplia y completa de los monumentos de la ciudad. El Bastión de los Pescadores, por su parte, ofrece una panorámica del otro lado de la ciudad impagable; dejándose disfrutar sin prisa, sentado o haciendo fotos, volviendo y pestañeando para recrearnos de nuevo con tal bonita postal. Por último, la Ciudadela, en lo alto del monte Gellert, es sin duda el “mirador de los miradores”, pues permite una vista más general y da la sensación de abrazar la ciudad desde lo alto.
Historia viva
La Historia de Budapest es compleja, desde su fundación, el paso de diferentes pueblos, la dominación turca, la época de los Habsburgo, las consecuencias de las dos grandes guerras y el impacto tanto de la época Nazi como de la URSS. Y eso se deja también notar en sus calles. Lo que más me impactó, por la cantidad de homenajes, es el recuerdo a los judíos asesinados por las barbarie nazi. Más allá del conocido homenaje de ‘Los Zapatos’ a orillas del Danubio, que representa estos accesorios porque se les obligaba a quitárselos antes de ser tirados al río, en la Gran Sinagoga de la ciudad se les recuerda también con imágenes, recordatorios o las tumbas llenas de flores, ya que formó parte del Gueto de Budapest y allí descansan los cuerpos de 2.000 que murieron helados o famélicos en inhumanas condiciones.
En Szabadság Square hay también varios recuerdos y una protesta popular. Allí, las autoridades levantaron un monumento que representa al país como un indefenso agente que no pudo remediar el triste fin de una gran parte de su población. Leyendo, descubro que acusan a su gobierno de revisionismo histórico, pues Hungría colaboró en su tiempo para esta masacre sucediera y la sufrieran nada más y nada menos que 600.000 judíos. De ahí que justo delante, haya otra expresión de la gente, con fotos, textos y también zapatos u otros objetos, junto con los alegatos que he mencionado. “La erección de este monumento es un intento del gobierno actual, y su partido dominante, el Fidesz, para falsificar la Historia y aminorar el rol de Hungría en el Holocausto”, sentencian. Lo dicho: Historia viva.
Un momento: Budapest lloviendo
Como dije al comenzar el post, Budapest no es solo los preciosos monumentos que alberga –que los tiene y muchos, pero de ellos hablaré en otro post-, ni bares modernos, ni calles señoriales. Tuve la suerte de poder alojarme en un barrio de la ciudad algo alejado del centro, cerca de la estación de tren Keleti, y disfrutar de un Budapest más gris, algo más decadente, más antiguo; pero también auténtico, a mi parecer; más real. Allí, uno de los días, comenzó una fuerte tormenta de verano, pues aunque aún no estemos en esa época, se notaba que era el cielo descargando ese agobio por las altas temperaturas. Por un momento, me sentí como en casa, un poco menos turista. El color de los edificios y el cielo se mimetizaron; Sabina sonó de fondo; y me sentí nostálgica de un pasado que no viví. Cosas del viajar.