CUANDO, después de una jornada de doce horas, dejaba el trabajo, tres días a las seis de la tarde y los tres siguientes a las seis de la mañana, estaba tan cansado que se iba a la cama directamente sin preocuparse de nadie. Dormía en el dormitorio común de los ascensoristas; era verdad que la jefa de cocina, cuya influencia no era quizá tan grande como había creído él la primera noche, se había esforzado por conseguirle una pequeña habitación y quizá lo hubiera logrado, pero como Karl vio cuántas dificultades planteaba y que la jefa de cocina telefoneaba varias veces por ese asunto al tan ocupado jefe de camareros, renunció a ello y convenció a la jefa de cocina de la sinceridad de su renuncia diciéndole que no quería ser envidiado por los demás chicos a causa de un privilegio que no se habría ganado realmente.
Franz Kafka. El desaparecido, Penguim Random House, febrero de 2014. Del prólogo y de las notas: Jordi Llovet. Traducción de Miguel Saénz.