Mi primer recuerdo se remonta a una época diez años anterior a mi nacimiento, transcurre en un lugar en el que nunca he estado y tiene que ver con mi padre, a quien nunca llegué a conocer. Fue en 1925, en mitad de la noche, en la zona pantanosa de los Everglades, cuando mi padre despertó a su mejor amigo Cecil del sueño profundo en que se hallaba sumido en el interior de una de las barracas situadas al sur de la draga flotante que se iba abriendo paso lentamente a dentelladas por la península de Florida desde Miami, en el Atlántico, hasta Naples, en el Golfo de México, amontonando tierra para la construcción de la carretera que acabaría conociéndose como el Camino Tamiami. La noche era oscura como solo puede llegar a serlo en una zona pantanosa y no acertaban a distinguirse el uno al otro dentro de la barraca. El rítmico golpeteo del motor de la draga puso el contrapunto a la voz temblorosa de mi padre cuando le informó a Cecil de lo que andaba mal.
Pero lo que soy, sea eso lo que sea, tiene su origen allí, en el condado de Bacon, de donde me marché a los diecisiete años para unirme al Cuerpo de Marines y donde jamás volvería a residir. Aunque siempre he sabido que parte de mí nunca se fue ni podrá irse jamás del lugar en que nací y que lo más importante de mi vida tuvo lugar durante mis primeros seis años. La búsqueda de aquellos seis años me condujo en primer lugar, inevitablemente, a la corta vida y temprana muerte de mi padre. Por lo tanto, para lo que sigue a continuación, tuve que confiar no solo en mi propia memoria, sino también en la memoria de otra gente, la biografía de una infancia que, forzosamente, ha de ser la biografía de un lugar, de un estilo de vida que ha desaparecido para siempre de este mundo.
Harry Crews. Una infancia, biografía de un lugar. Acuarela & A. Machado, 2014. Traducción de Javier Lucini, con el toque mágico de Tomás Cobos y Jesús Llorente. Prólogo de David Bizarro. E ilustraciones de Michael McCurdy.