FUE el segundo verano de los gatos muertos sobre la carretera. Puravida y su padre, el vendedor de sandalias con capota para los días de lluvia, llegaron a Zarraluki una tarde de color naranja, a bordo de su furgoneta de los sueños locos. -Pero si parece un perro constipado -pensó Oihan al oír el tubo de escape, desde el que, ¡pof, pof, pof!, con cada tosido se elevaban al cielo nubecitas de humo negro con forma de jabalí, de submarino ruso (con su periscopio y todo), de pastel de boda... Todas diferentes y únicas. Oihan fue el primero en ver aquellas señales de humo. En aquel tiempo, una de sus misiones era vigilar si se acercaban extraños, y aparecerse ante ellos convertido en el tonto del pueblo si consideraba que podían traernos problemas. En Zarraluki para ser el tonto del pueblo, había que ser muy listo, no os creáis. No resultaba nada fácil, por ejemplo, decidir cuál de las catorce curvas que nos separaban de la autopista era la mejor para aparecerse -o no- a los forasteros. Ni cómo hacerlo: uno tenía que adivinar antes de hablar con ellos si eran gente de fiar, capaz de guardar nuestro secreto. Y entonces, una de dos, permitir que siguieran adelante o, por el contrario, espantarlos.
Patxi Irurzun. Pan duro. Pamiela, 2015. Ilustraciones de cubierta y de páginas interiores: Pedro Osés.
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