Será porque en Buffy y en Angel estábamos acostumbrados a un Apocalipsis por año, a la ocasional profecía que anunciaba el final de los tiempos o alguna pavada más sencilla de solucionar en 43 minutos; será que me pegó el viejazo unos años antes, pero la verdad creo que no tratan a los vampiros como antes.
Lamentablemente creo que tampoco los matan como antes.
Pero si la cuestión fue resucitada en tantos medios distintos en estos últimos años; hay que agradecerle a Joss Whedon, creador extraordinario de series de culto, que demostró que se puede tener vampiros en el aire (o rompiendo taquilla, según el caso) y no morir en el intento.
Y trajo a la piba que desde el principio vino a sacudir todos los esquemas.
En 1995, unos años después del flojo estreno de una película poco memorable llamada Buffy the Vampire Slayer protagonizada por Kristy Swanson, un tipo de la cadena Fox se acercó a su guionista, el joven Joss Whedon (que por ese entonces se las rebuscaba escribiendo para televisión), y le propuso revivir al personaje en formato serie.
En esos 30 fatídicos minutos, Sarah Michelle Gellar ya encarnaba a Buffy, Nicholas Brendon incursionaba en el mundillo como Xander, Anthony Steward Head cruzaba el charco para ser Giles, y el extraño misterioso con la forma de David Boreanaz todavía no se llamaba Ángel.
El estreno de la serie, en un especial de dos horas, se adelantó al 10 de marzo de 1997, por el ahora extinto canal WB Network, y le fue moderadamente bien en cuestiones de ratings. Logró cinco temporadas en WB, y cuando se emitió el traumatizante final de la quinta temporada, anunciado como el final de la serie; UPN la recogió y la extendió un par de temporadas más, hasta su cancelación en 2004.
Seis años después, acá estamos, con miedo por el anuncio del inminente re-lanzamiento de la franquicia con una nueva película prevista para el año que viene, sin absolutamente ninguna relación con la producción original de la serie. (Leave me to my pain!)
Pero por ahora volvamos a 1997, cuando la serie todavía no era más que un reemplazo de mitad de temporada. Un 10 de marzo… ¡bam! Una escuela, de noche, vampiros, un muerto, una chica con pesadillas y créditos de apertura.
“En cada generación hay una Elegida. Sólo ella se enfrentará a los vampiros, los demonios y las fuerzas de la oscuridad. Ella es la Cazadora.”
Temporada 1-2. Éramos tan jóvenes.
Sobrevivir a la secundaria se transforma en un concepto bastante literal, si tu escuela está construida sobre una Boca del Infierno, el centro de convergencia mística de donde salen todo tipo de bichos sobrenaturales. Sobrevivir, en Sunnydale High, de verdad es evitar ser parte de la tasa de mortalidad.
Inevitablemente, la banda de Buffy se cruza con vampiros, y cuando todos la ven haciendo gala de su dominio de artes marciales y poder ancestral, se reúnen en la biblioteca para asistir a un cursillo de historia/mitología con Rupert Giles, el Vigilante, que explica de manera muy copada sobre el origen de vampiros y demonios. “La Cazadora caza vampiros. Buffy es una cazadora. No le cuenten a nadie”, sintetiza al final.
Las primeras dos temporadas tienen de todo, si uno es fanático del género de terror clásico: hay zombis, vampiros, momias incas, una mantis gigante, muñecos poseídos, hombres lobo, una cosa que parece la criatura de la Laguna Negra y demás fiends from Hell.
Si vamos al caso, es una especie de antología del terror con un pequeño trasfondo de novelita adolescente, conversaciones junto a los lockers y personajes cargando libros por los pasillos del colegio, donde las escenas clave normalmente pasan de noche y con más frecuencia en cementerios.
Siempre hay un Malo Malísimo (o Big Bad, si nos ponemos técnicos); y en esta primer temporada le toca a la aún fresca Scooby Gang vencer a The Master, un vampiro centenario con nariz rosa que se guarda en una caverna misteriosa en Sunnydale de la cual no puede salir por razones místicas, pero que igual se las arregla para molestar con su ejército de vampiros.
Ángel también se las trae, porque él es doblemente legendario. Al principio por ser un vampiro irlandés muy, muy hijo de puta vagando por el mundo, haciendo despelote y matando monjas; después por haber sido maldecido por una banda de gitanos que le dieron un alma, dejándolo para cargar con la culpa de más de 200 años de asesinatos y matanzas. (“Cien años… dando vueltas por ahí, sintiéndome culpable… realmente perfeccionó mi habilidad para la cavilación melancólica.”)
Después de sufrir un tiempo, Ángel eventualmente comienza a aceptar la idea de intentar salvarse y planea ayudar a la Cazadora. Por supuesto, conoce a Buffy y se enamora, profundamente, por primera vez en sus +230 años, lo que da pie a diálogos cargadísimos de angustia adolescente de esa que cuando tenés 14 años y ves esta serie te parece lo más romántico del mundo a pesar de ser realmente poco sano:
“Cuando te bese, no despertarás de un sueño profundo para vivir feliz para siempre.”
“No. Cuando me besas quiero morir.”
Pero no todo es angustia paralizante para Buffy y Ángel (aunque en el caso de él a veces da la impresión que sí), también hay cuotas de humor. “Siempre que peleamos te aseguras de mencionar lo de ser vampiro”, le recrimina él en la segunda temporada. Si hay problemas de pareja en general, hay problemas en esta en particular, y los mejores momentos son cuando tienen sus discusiones recorriendo alcantarillas oscuras en medio del patrullaje.
Temporada 3. El futuro es nuestro.
Durante el senior year, también se introduce Wesley Wyndam-Pryce, un enviado del Consejo de Vigilantes para asesorar a Buffy después de que despidieran a Giles. Con sus trajes y acento (“very Pierce-Brosnany”), y su actitud by-the-book, la muchachada de Sunnydale se pasa la temporada cobrándole derecho de piso, hasta que el Consejo también lo raja por no haber sabido desempeñar su trabajo y encarrilar ala Cazadora. Él, igual que Cordelia, terminará cruzándose con Ángel en Los Ángeles.
El alcalde, Richard Wilkins, es el Big Bad de la temporada. A diferencia de los dos anteriores, el tipo lo único que quiere es convertirse en una serpiente gigante. El problema es lo que hace para conseguirlo.
High school is over, también literalmente: queda en ruinas.
En qué quedamos.
La cuestión de una Elegida para proteger a una generación del Mal supo traducirse a la realidad como un programa de televisión que en su momento realmente logró llegar a esa generación, tratando de forma original y cómica (y por medio de metáforas o alegorías bizarras) temas vitales para el público al que le hablaba: problemas familiares, cultura pop, presión de pares, conformidad, confianza, responsabilidad, lealtad, lo bueno, lo malo, poder, sexualidad, amor y muerte.
Tomando todos esos temas, y rodeándolos de magia y misticismo, de leyendas y mitología, y un grupo de personajes entrañables, el equipo de guionistas y productores realmente lograron poner a punto a la serie muy temprano en su historia.
Y no hablamos sobre la premisa ridícula y el nombre de la protagonista. Debajo de la apariencia, no todo es siempre tan sencillo: no es que los buenos siempre son buenos, y que a los malos siempre se los distingue por los cuernos o sombreros negros.
Debajo de todo, de las escenas cómicas y los one-liners, lo que se connota también es un último detalle: todos están esperando el momento en que no puedan salvar el día.
Título original: Buffy, the Vampire Slayer.
País: Estados Unidos.
Año de emisión: 1997-2004.
Cadenas: WB Network, UPN.
Creador: Joss Whedon.
Número de temporadas: 7
Cantidad de episodios: 144