Estación de metro dedicada a la UE
Tuve un profesor de Historia en el cole que usaba reiterativamente el término 'avispero de los Balcanes' para referirse a esa zona al este de Europa sumida en conflictos bélicos a principios del siglo pasado. Hay que reconocer que mi profe era muy majo, pero no demasiado bueno y eso explica porqué he tenido que repasar con ahínco los hitos históricos de uno de los países de la Península Balcánica, Bulgaria, aprovechando mi recorrido turístico por allí.Catedral de Aleksander Nevski
Bulgaria está en el meollo de los Balcanes, una zona tan compleja y tan violenta en la historia de sus límites geográficos que ha acuñado la expresión 'balcanización' ("división generalmente violenta y artificial por potencias extrarregionales de los territorios de los países que integran una región", según Wikipedia). Es un país castigado por invasiones y colonizaciones, que tomó el bando equivocado y perdedor en las dos guerras mundiales y que aún sufre las consecuencias del fallido proyecto comunista soviético. Aún así es Europa. O eso es lo que yo creía.Dice el escritor John Steinbeck que "Viajar es como el matrimonio: La manera más segura de estar equivocado es pensar que lo controlas". Y eso ha sido lo que me ha pasado a mí con Bulgaria, que mis prejuicios condicionaron el viaje para mal. No esperaba que un país miembro de la UE estuviera tan atrasado en infrastructuras y costumbres, y el tiempo que tardé en asumirlo y la decepción al constatar la realidad jugaron en mi contra.
Conejo en salsa de ciruelas con berenjena
El nulo conocimiento del idioma -y el escaso nivel de inglés de los búlgaros-, el alfabeto cirílico-que están orgullosos de haber inventado y en el que están escritos todos los carteles informativos, la mayor parte de las veces sin transcripción al latino- y la falta de costumbre al tratar con extranjeros, generó no pocos problemas de comunicación y la sensación de brusquedad o escasa amabilidad por parte de los anfitriones. Huraños, desconfiados y poco sociables, los búlgaros.Acera en Sofia
Mi recorrido se centró en ciudades, que siempre es lo menos interesante que se puede visitar en un país en vías de desarrollo y apenas tuve contacto con las zonas rurales y montañosas que es, en palabras de un español que ha estado 4 años viviendo allí, lo mejor de Bulgaria, como el espectacular Monasterio de Rila.Aún así, el balance fue positivo: con una gastronomía excelente -con reminiscencias turcas, griegas y rusas-, un patrimonio cultural extraordinario, y una naturaleza exuberante, el territorio de los antiguos tracios bien merece una incursión, a ser posible en coche para poder llegar a lugares menos comunicados por autobús y tren.
Barca a orillas del Mar Negro
Sofia, (pronunciado sin acento en la i) la capital, tiene lugares encantadores como el parque Borisova Gradina, el bulevar de Vitosha y su animado barrio adyacente, el Teatro Nacional Ivan Vazov y su jardín a la entrada, la iglesia rusa o la Catedral de Aleksander Nevski (la estampa más famosa de Bulgaria). Buena imagen de los contrastes de Bulgaria, es una ciudad que flirtea a dos bandas con la modernidad de una Europa en expansión y el deterioro de sus edificios clásicos y de sus calles céntricas, la colosidad de sus lugares emblemáticos y el abandono y suciedad de solares y paseos en pleno núcleo urbano, el paso ajetreado de sus flamantes nuevos ricos, y la desoladora tristeza de sus múltiples mendigos y desarrapados.Veliko Târnovo
La costa del Mar Negro podría ser un paraje natural interesante con ciudades y pueblecitos de pescadores sobre acantilados si no estuviese pervertido por edificios horteras y envilecido por un turismo de resort 'todo incluido' para rusos y turcos que tiene su máxima representación en aberraciones como Sunny Beach (así, en inglés) o el cutre parque temático de Nessêbar. Aún están a tiempo de salvar Sozopol, aunque va camino de la perdición...Plovdiv, que parecía iba a ser uno de lo platos fuertes del viaje, perdió puntos bajo un calor abrasador combinado con tormentas y bochorno sofocante. Todo lo contrario de lo que pasó con Veliko Târnovo, la capital medieval y universitaria de Bulgaria, un enclave monumental en plena naturaleza que bullía de vida y animación y que casi al final del viaje, me devolvió la fe ortodoxa en este país que sueña con dejar de usar leva y empezar a manejarse en euros. Aún les queda un buen trecho para lograrlo y una ya no sabe si, en caso de conseguirlo, será para bien.