Buñuel

Publicado el 01 julio 2021 por Ildefonso67

Hay días extraños, en los que parece que los demás hablan una lengua rara, que no comprendes. O que el raro eres tú. O que quizás en realidad siempre fuiste un personaje en una peli de Buñuel, y el resto era mero trasfondo añadido por el guionista o el director.

Hoy he ido al banco a cambiar un billete de veinte euros que se me rasgó al extraerlo de la cartera, limpiamente, como cortado por una cuchilla, igual que el ojo del Perro andaluz. El otro domingo, al ir a pagar unas fotografías antiguas en el Rastro, lo detectó con su mirada de águila la señora del puesto. ‘Eso te lo cambian en el banco’, me dijo, arrebatándome las fotografías de la mano.

Unos días más tarde. Banco primero. Enseño el billete a la mujer que me atiende, y me dice que si soy cliente, que si no soy cliente no puede hacer nada. Me voy, resignado y abochornado.

Al poco rato. Banco segundo (del que sí soy cliente, ahora juego sobre seguro). Un cartel en la puerta anuncia que la oficina permanecerá cerrada todo el día. Qué mala suerte. Segundo día: me dicen que no tienen caja en esa oficina, y que tampoco pueden hacer nada. Me marcho, ahora ya negando con la cabeza.

También segundo día. Banco tercero (del que también soy cliente: tengo más cuentas que dinero). Tampoco tienen caja, pero me aconsejan que lo pegue con celo antes de llevarlo a una oficina (de la que también sea cliente y sí tenga caja). Perplejo y desarmado, y con los dos trozos del billete en la mano, me atrevo a decirle con una sonrisa (bajo la mascarilla) que eso de que un banco no tenga caja, ni puedan hacer una transferencia a mi cuenta, es como si una cervecería no tuvieran cerveza (sí, es la primera analogía que acudió en mi rescate). Ella sonríe (bajo la mascarilla) y yo me piro defraudado y sin entender nada (ni siquiera me quito el tapabocas en la calle, aunque ahora ya se pueda).

Luego entro en una panadería-cafetería para comprarme un flautín de jamón para llevar, y la dependienta, como si me conociera de otros días, me dice, muy amable: ‘¿Dos pistolas, verdad?’ Le digo que, sí, en efecto, que dos pistolas (bien cargadas, añado para mis adentros). Salgo del establecimiento, con dos barras de pan que no quería y dos trozos de papel que antes eran un billete de veinte euros.

Esta tarde me pongo El angel exterminador. A ver si entiendo algo.