Shangai, en los meses previos a la revolución china de 1949. Harry, el hijo de un dirigente colonial inglés, conoce un buen día a Sou-leen, la hija del chófer nativo de la familia. Ambos son de cultura y clase social muy diversa, pero eso no es óbice para que surja entre ellos una preciosa historia de amor. Primero vemos, en rápida secuencia, el momento en que se conocen, las imágenes de un Shangai abigarrado y denso, los primeros juegos infantiles.
Un día, Shou-leen despierta al muchacho llamándole desde la calle, y le ofrece la misma golosina que compartieron el día en que se conocieron. Entonces empieza el romance. Les vemos bailar, en el jardín de la mansión inglesa, mientras los adultos conversan en una fiesta de circunstancias.
Una tarde otoñal, paseando junto a las vías de un ferrocarril, Shou-leen estornuda, y Harry le regala su bufanda en un gesto tierno y galante. Ella piensa entonces que ese amor imposible puede hacerse realidad, pero al llegar él a casa –es ya noche cerrada– la madre de Harry le recrimina por la tardanza, y ella se siente culpable.
Cuando, al día siguiente, Harry le busca, Shou-leen ha desaparecido. Mientras, estalla la revolución y la familia huye precipitadamente. En un emotivo plano, Harry, desde el coche que tantas veces compartió con ella, promete que un día volverá…
No desvelo el final. Esta bonita historia, contada sin palabras, le valió a Burberrys un León de Oro en el Festival de Cannes de 1995. Pero sigue siendo actual, y sigue conmoviendo a la audiencia. Porque hoy, cuando tantos piensan que el amor dura sólo unos meses, o quizás sólo una noche, este anuncio nos muestra, con una bella alegoría, que el amor puede durar toda una vida. Un amor que supera las barreras del tiempo, que permanece siempre.