Burhanuddin Rabbani y sus tiempos ( y 5)

Por Tiburciosamsa
Rabbani no era un tipo que dejase escapar las oportunidades. Su primer instinto fue repetir la jugada de 1992. Si era el primero en presentarse en Kabul, arropado además por su título de Jefe de Estado internacionalmente reconocido, podría jugar con ventaja en la era post-talibán.
El 17 de noviembre Rabbani entró en Kabul. En su primera rueda de prensa dijo que no había acudido para extender el poder de su gobierno a la ciudad, sino con un propósito de paz y para invitar a todos los afghanos que quieran trabajar en aras de la paz. Asimismo afirmó que había acudido a Kabul para impedir que se creara un peligroso vacío de poder. Sus declaraciones no calmaron ni al representante de NNUU, Ladkhar Brahimi, ni a los demás líderes afghanos. No sólo se acordaban de cómo se las había jugado el pájaro en el período 1992-96, sino que encima, acudiendo a Kabul, Rabbani había violado su propio compromiso de no regresar en tanto no hubiera un acuerdo sobre el gobierno post-talibán. Para terminar de alimentar las suspicacias, los seguidores de Rabbani empezaron a colocar su retrato en las oficinas públicas. Y para terminar de tocar los cataplines, Rabbani aprovechó los días que estuvo en Kabul para apoderarse de lo poco que quedaba en el Tesoro afghano (8 millones de dólares) para repartírselo luego a sus comandantes. Para mí resulta evidente que Rabbani intentó salir con ventaja en la carrera por el poder.
El 27 de noviembre de 2001 comenzó en Bonn una conferencia organizada por NNUU para elegir al nuevo gobierno interino de Afghanistán. EEUU acudió a la reunión teniendo muy claro que quería a Karzai como nuevo líder de Afghanistán. Karzai pertenecía a la mayoría pashtún, era moderado y laico, sabía cómo hablar a los occidentales, no se había manchado de sangre durante la guerra civil, ni tampoco se había granjeado demasiados enemigos. Rabbani tenía en su contra que pertenecía a la minoría tadjika y que era Rabbani. ¡Como para olvidarse de toda la guerra que había dado!
Rabbani acudió a Bonn con el mismo talante con el que acudiera en su día a Peshawar o a Jalalabad, con la idea de enredar y llevarse el gato al agua con sus marrullerías. Cuando vio que no era el favorito, ni mucho menos, empezó con sus trucos habituales. Propuso que no hubiera más que 200 soldados internacionales en Afghanistán para velar por la seguridad de los líderes afghanos que regresasen del exilio. Sugirió la celebración de elecciones en el plazo de seis meses, tiempo durante el cual él ejercería el poder. ¿Se detecta un patrón de conducta en esa propuesta?
Rabbani podía ser marrullero, pero no era idiota. Acabó por comprender que se llegaría a un acuerdo con él o sin él y, evidentemente, prefirió que fuese con él. Se sumó al acuerdo que se alcanzó el 5 de diciembre y a regañadientes accedió a transferir el poder a Hamid Karzai el 22 de diciembre. Se había quedado fuera de la transición, pero supo que tenía que aceptarlo y más cuando un misil norteamericano cayó “por casualidad” cerca de su casa de Kabul.
Rabbani rentabilizó como pudo su forzado retiro. Pretendió que lo había hecho por motivos altruistas y en aras de la paz. “Nuestro objetivo era unir al pueblo afghano, así que cuando dimití, lo hice en interés del pueblo afghano.” Vaya, también podía haber pensado en dimitir en los años 90. El caso es que pudo jugar el papel de sabio estadista que está por encima del bien y del mal. Karzai, que sabía que Rabbani en plan capullo podía ser una mosca cojonera de consideración, le dejó hacer.
Esa suerte de acuerdo tácito de tú no me tocas los cataplines y yo te reconozco un estatus, pagó sus dividendos en las elecciones presidenciales de octubre de 2004. En dichas elecciones el principal rival del pashtun Karzai fue el tadjiko Yunus Qanuni. Qanuni había sido miembro del Jama’at-e Islami y había trabajado mano con mano con Ahmad Shah Massud. Sin embargo, Rabbani optó por no apoyarle a él sino a Karzai. Tal vez como premio por su ayuda Karazi decidió que el candidato a Vicepresidente en su tiquet electoral fuera Ahmad Zia Massud, el hermano del difunto Ahmad Shah Massud, que además era… ¡yerno de Rabbani! Qanuni sacó el 17% de los votos y aunque tuvo Buenos resultados en algunas zonas rurales con presencia tadjika, en la provincia de Badajshan, el feudo de Rabbani, de mayoría tadjika, no se comió un colín. Decir que Rabbani aseguró la victoria de Karzai es mucho decir, pero sí que cabe afirmar que le hizo la vida mucho más fácil.
Rabbani también sabía que no hay que poner todos los huevos en la misma canasta y que en las situaciones fluidas nunca conviene hacerse enemigos acérrimos. Cuando en septiembre de 2005 se votó el importante cargo de Portavoz de la Wolesi Jirga (Cámara Baja), Rabbani tuvo el gesto de retirar su candidatura y apoyar a Qanuni. Qanuni ganó por sólo 5 votos. Sin el apoyo de Rabbani y de su partido no lo habría conseguido.
En 2007 Rabbani volvió a eso que le gustaba tanto: cocinar alianzas. La que cocinó Rabbani ese año tuvo su mérito, porque fue de lo más variopinto y eso en un país que se caracteriza por sus alianzas variopintas. El denominado Frente Unido Nacional agrupó a quince partidos de lo más variados: ex-comunistas, el nieto del último rey de Afghanistán, Mustafa Zahir, Dostam, que era el general uzbeko que se pasó media guerra civil metiéndole el dedo en el ojo a Ahmad Shah Massud en el norte del país, y hasta el propio Vicepresidente Zia Massud. Los aliados cometieron la insensatez de designar a Rabbani como líder, aunque eso sí sólo por seis meses, porque luego la presidencia del Frente rotaría. ¿Es que no habían aprendido nada?
Rabbani, que tenía mucha labia, explicó de esta manera la creación del Frente: “La debilidad del gobierno para resolver crisis y la emergencia de la corrupción son amenazas serias para la seguridad del Estado. Viendo esta situación, un grupo de partidos y políticos decidieron no quedarse más al margen en la búsqueda de soluciones a los problemas nacionales. Así que decidieron crear un medio de cooperación, formando el Frente Nacional Unido y comenzando a trabajar conjuntamente.” Resulta enternecedor ver a tanto político altruista y buena gente preocupado por el futuro de su país. Ahora bien, que se unieran políticos de oposición con personas que ya detentaban cargos en el Gobierno, también podía indicar un temor común a que el Presidente Karzai se afianzase y llegase a crear una Presidencia fuerte y un país unido. Tal vez la principal finalidad del Frente fuese la defensa común de las taifas de cada uno. ¡Qué mal pensado soy! ¿verdad?
La verdad es que da más bien la impresión de que Rabbani entró en el Frente Nacional Unido porque pensó que tendría más oportunidades de tocar poder si tenía un pie en el lado del Gobierno y otro en el de la oposición. Y bien que le convenía tener un pie en ambas coaliciones, porque lentamente su poder se iba diluyendo. Un golpe fue que Karzai diese la patada a su yerno Zia Massud y escogiese al también tadjiko Muhammad Qasim Fahim como candidato a la Vicepresidencia en su tiquet para las elecciones presidenciales de 2009. Otro que el Frente Unido Nacional escogiese como su candidato en esas elecciones a Abdullah Abdullah, que había sido Ministro de AAEE de Karzai hasta 2006, y no a su yerno Zia Massud, que lo mismo valía para Vicepresidente que para líder de la oposición.
La caóticas elecciones legislativas de septiembre de 2010 supusieron una soga al cuello para Karzai y un balón de oxígeno para Rabbani. Karzai se encontró de pronto con una Wolesi Jirga más difícil de controlar y en la que los miembros de las minorías étnicas habían aumentado su representación, especialmente los tadjikos. De pronto, quedar bien con Rabbani empezó a ser más importante. Pienso que Karzai ya se había olido algo antes que no debía descartarse todavía a Rabbani. En junio había organizado una Jirga Consultiva de Paz (una especie de Conferencia de San Sebastián, pero sin Kofi Annan y sin coñas infumables) y designó a Rabbani para que la presidiera, con gran cabreo de muchos de los delegados que querían que el presidente fuese votado. A eso se añade, que, dado su pasado, muchos encontraron irónico que presidiese nada que llevase la palabra “paz” escrita. La Jirga Consultiva de Paz formuló algunas recomendaciones notables por su sabiduría, pero no eran vinculantes y en algunos casos resultaron demasiado osadas para lo que querían Karzai e ISAF.
Como gesto de la reintegración de Rabbani en el redil gubernamental, Karzai le puso de presidente en el Alto Consejo para la Paz que organizó en septiembre de 2010. Sus misiones serían: lograr la reintegración de los talibanes en la vida política afghana y tranquilizar a quienes veían con horror un pacto que convirtiera a los talibanes en unos actores políticos más. Ya puestos también hubieran podido encargarle que diseñara un cohete para colocar a un astronauta afghano en Marte. Los optimistas pensaron que no era tan mala elección: se trataba de un político hábil, que conocía muy bien los resortes de la política afghana, que pertenecía a una de las minorías étnicas, pero al mismo tiempo había demostrado su capacidad para conspirar, digo trabajar con la mayoría pashtún. Los realistas pensamos que hubiera sido más sensato poner en esa posición al estrangulador de Boston, que al menos no tiene enemigos en Afghanistán. Rabbani era un hombre demasiado marcado por la Historia, tenía demasiados cadáveres en el armario y además, en su caso, de los reales. Y, por si fuera poco, muchos de los líderes talibanes le odiaban.
El pasado 20 de septiembre le asesinaron de la manera más chusca. Una persona que se presentó como un negociador talibán compareció ante él y cuando fue a saludarle hizo estallar los explosivos que llevaba en el turbante. Resulta irónico que Rabbani haya sido asesinado en uno de los raros momentos en su vida en los que realmente estaba buscando la paz.