El argumento es tan sencillo, que en tan solo dos líneas se puede resumir: Un transportista civil, contratado para labores de reconstrucción en Irak, es secuestrado y enterrado vivo, para negociar un rescate. Tan solo dispone de unas pocas horas, y unos pocos objetos (teléfono, mechero, linterna,...) para intentar escapar de la trampa mortal.
Ryan Reynolds, esta soberbio, y su papel es creíble al cien por cien, cada grito que da, cada frustación que padece, llegan al espectador, contagiandole la gran desesperación que el protagonista sufre. El peso de la película recae por entero sobre sus espaldas, y ha sabido encajarlo y aprovechar la oportunidad. Antes de ver la película, no me creía que este actor , con cierta pinta de pijo, podría meterse en la piel de Paul Conroy, y hacerlo tan verosímil.
Poco más puedo decir que no hayáis leído ya de esta película, tan solo recomendárosla encarecidamente, y a ser posible, que la veáis del tirón, sin pausas, y con la casa en completa tranquilidad, alucinareis al veros metidos dentro de ese ataúd padeciendo junto a Paul Conroy.