Quizás tú te hayas sentido así alguna vez como yo, presa de la inquietud por expresar una idea con palabras y no ser capaz de hilar más que dos frases inconexas, como si estuvieras delante de la caja de las palabras y Pandora no te dejara abrirla porque aprendió de sus errores.
Escribir trata de burlar a Pandora entrelazando dos ideas, bailando media sílaba al compás de Chopin, concatenando strings con booleanos, capturando un suspiro en un punto añadiendo dos. Aunque puede que te baste con presentar el talón del héroe Aquiles envuelto en una tela parda pero cristalina, ante los ojos de la guardiana del jardín de las manzanas de oro. Talón que no es sino el punto débil del hombre a la zurda de su debilidad.
Puede que escribir no trate más que de eso, de confundir al que redacta con un párrafo que no entienda ni él mismo de la misma manera cada vez que lo repasa. Por eso acabo haciéndolo tan poco, porque entiendo de mi vida una cosa distinta cada vez, porque al descubrir mi alma me abro al mundo desnudo y vulnerable y confuso, mas, ¿quién te dijo que estabas desnudo?
Luego vuelvo a escribir y vuelvo a acercarme, y vuelvo a fluir en la tinta que es esta sangre. Porque si no escribo no sé lo que vivo, y este tiempo en ayunas no me ha purgado sino de la alegría que me debato por recobrar.
Entonces trato de convencer a Pandora una vez más con la lección algo más aprendida que la última vez. Nadie dijo que ganar era abrir la caja que ahora guarda la esperanza, quizás la clave esté en intentar abrirla peleando con todos los fantasmas, aunque sean los del Pacman.
Yo he elegido hacerlo escribiendo. Y si bien Pandora no me deja burlarla para encontrar las palabras precisas al menos me saqué el corazón del pecho y se lo entregué con un chispazo de locura en las pupilas. Me salvó entonces el amor, de la vida.