—¡Joder! —farfulla, manoteando los restos de salmón barato y queso a medio digerir, para expulsarlos de la delantera de la casaca, que se abre sin éxito sobre su barrigón tenso: la papilla empapa sus carnes, rellena el inmenso cráter del ombligo— ¡Joder, joder!Intenta levantarse, pero la cabeza se le ha sublevado y se niega a mantenerse derecha, otra bocanada llena su boca, le zumban los oídos, el callejón se estrecha sobre él, girando, girando, girando, girando…—“Nunca más —se jura, atormentado, como cada Navidad—. ¡Cuando pienso en los Chivas, en los Napoleón o los Hendricks que me tomaba años atrás en esas casas pijas! No vuelvo a picar nada ni a tomarme un trago en ninguna casa, por muy a mano que me lo dejen. Me paso a la Coca-Cola”.Desde que los Reyes Magos exigieran sus derechos para escoger zona, esgrimiendo su antigüedad en la empresa, le tocan siempre los peores barrios. ¡Y no veas los matarratas que trasiegan los pringados que viven en ellos!Tantea la bolsa que ha dejado en el suelo, apenas quedan juguetes por repartir. Empuja con la mano algo duro que choca en los adoquines con ruido de vidrio, lo agarra de forma instintiva, se lo acerca, tembloroso, a los labios.—“Otro trago y lo dejo”.Texto: Ana Joyanes
Más relatos de Navidad aquí