Pixar anima a sus trabajadores a llevar una vida equilibrada, a evitar la adicción al trabajo y a cuidar la dedicación a la propia familia, no sólo como estrategia para lograr un mayor rendimiento laboral sino porque pretende ser una empresa con rostro humano. El principal responsable de esta clarividencia antropológica es John Lasseter, miembro fundador de Pixar y actual productor ejecutivo. Por sus manos pasan todos los proyectos, de modo que los guiones, el diseño de personajes, el tipo de conflictos y el modo de resolverlos mantengan ese sello distintivo que se aprecia en todos los filmes de la compañía.
Este merecido prestigio convierte cada uno de sus estrenos en un acontecimiento mundial, ávidamente esperado por espectadores y exhibidores. Es lo que ha vuelto a ocurrir con “Buscando a Dory”. Esta secuela de “Buscando a Nemo” (2003) quizá no llegue al nivel de su predecesora, pero es algo que no parece importarle al público: los casi 400 millones de dólares recaudados en todo el mundo durante los primeros 10 días así lo atestiguan.
Dirigida también por Andrew Stanton y con música de Thomas Newman –que repite como compositor–, “Buscando a Dory” es una delicia que incorpora nuevos personajes originalísimos: un pulpo mimético, un tiburón ballena miope, una ballena con el sistema de ecolocalización estropeado, un pájaro despistado… Junto a ellos una genial Dory, que “sufre pérdidas de memoria a corto plazo”, y que quiere encontrar a sus padres con la ayuda del preocupón Marlin y su impulsivo hijo Nemo.
Todos estos seres imperfectos logran una “solidaridad marina” que ya quisiéramos los humanos. O quizá es precisamente eso lo que nos quiere transmitir la película: que la imperfección no es ningún problema y que la solución está en la actitud generosa.
Como es costumbre, Pixar nos regala al comienzo de la proyección el último cortometraje de la factoría titulado “Piper”: “inolvidable”, que diría Dory.