Reviso aseos, peino y perfumo (embadurno) con la colonia infantil de turno. Entre gritos para que se callen -paradójico, ¿verdad?-, me voy cambiando yo. Y no, no tengo tiempo de ducharme ANTES de ir al colegio. Pero eso sí, bragas y calcetines limpios no sea que, como diría mi madre, me pase algo, tenga que ir al hospital y a ver qué va a decir el médico. Me pongo lo que pillo guardando cierta armonía, evitando arrugas, tratando de conjuntar colores pero siempre buscando la comodidad. O sea, botines planos o bailarinas, para lamento de mi esposo -fetichista confeso y defensor a ultranza del taconazo-. Porque, cuando vas con niños por la calle a determinadas edades, diez minutos de trayecto pueden convertirse en media hora de misión de rescateaventurasinfinsúpermegaestresante. Y llego, siempre a tiempo, pero con los sudores de la muerte. Es así. Colorada, fatigada, "¿oleré mal?" "no creo, que me duché anoche y me he lavado como los gatitos, pero me he lavado". Entonces llego a la fila y te veo. Peinado impecable, de peluquería. Si el pelo es liso, nada de puntas abiertas ni de electricidad. De alisado con keratina instantáneo. Si es rizado, cero encrespamiento y bucles u ondas al aire perfectos.
Si eres una de ellas. cuéntame tu secreto, que compartir es vivir hermana.