Me sentía agotado, hacía tres años que no me tomaba un descanso, más aún el último transcurrido había sido muy demoledor, la enfermedad de mi padre, me afectó enormemente, él siempre tuvo una vida muy sacrificada, pero en los últimos tiempos, sus cosas se le fueron haciendo más llevaderas, había logrado cierta estabilidad y gozaba de la paz espiritual que tanto anhelaba. Pero de repente una terrible enfermedad lo aquejó y lo lleva a una necesaria internación en el Hospital, donde lamentablemente se produce su posterior muerte.
Por eso al año de su fallecimiento decido tomarme un breve descanso, revisé mi vieja Rural Falcón 1968, hablé sobre el tema, con mi Señora y mis pequeños tres hijos, Adrián, Lorena y Ariel, de nueve, siete y cinco años respectivamente y empezamos los preparativos para irnos unos días a orillas del mar a disfrutar del Sol y la arena.
Cargamos todo lo necesario, incluso consultamos los pronósticos del tiempo de las zonas por dónde íbamos a pasar, todos indicaban buenas condiciones meteorológicas, y partimos, nos esperaban 500 kilómetros de una ruta angosta y transitada.
Ya transitando la ruta 29, habíamos recorrido apenas unos 100 kilómetros cuando en el cielo, contrariamente a todos los pronósticos empiezan a verse algunas nubes, luego se enloquecen, giran en cualquier sentido, se empieza a oscurecer, y comienza un torbellino de vientos huracanados, vuelan pastos, hojas secas y todo tipo de suciedades, el aire se hizo irrespirable, cálido y húmedo, el bullicio fue infernal, como un rugir de una fiera desconocida digna de un engendro del averno, se escuchaba una sinfonía de silbidos, chillidos, relinchos y gruñidos espantosos.
La oscuridad incipiente e imprevista, en pleno medio día, se transformó en absoluta, plomiza y pesada, no se veía más allá de los paragolpes del auto, simultáneamente empezó a caer una lluvia espesa, que arranca, arrastra, golpea, diluye, con la enloquecida irracionalidad de las poderosas fuerzas de la madre naturaleza.
Todo estaba complicado, era imposible abandonar la cinta asfáltica, ya que el estado de las banquinas de esa ruta era desastroso, existía el peligro de ir a parar a la profunda zanca completamente inundada, que corre paralela a ambos lados del camino, encendí todas las luces, incluso las del interior, velocidad mínima, veía luces por todos lados, ya que es una vía transitada por muchos camiones, todos con el mismo problema.
Por un lapso de tiempo pareció que volvía la tranquilidad, todo se aquietó, fueron instantes de calma, como si la vida se hubiera suspendido y el alivio, la esperanza, se compenetra en nosotros, pero transcurrido ese bálsamo, de nuevo renace la infinita furia de la naturaleza, recorriendo otra vez su camino de destrucción y pánico, tratando de derribar todo lo que encuentra a su paso, con la ayuda del feroz diluvio, incesante, penetrante y castigador.
Ya solo esperaba un milagro de Dios, aplacando la ira de los vientos y la terrible tempestad, mi señora e hijos, insistían en seguir andando sobre el camino, pensando con justa razón, que manteniendo la marcha, en algún momento dejaríamos atrás la desastrosa tormenta.
Yo estaba indeciso, pero de ninguna manera querría bajar a la banquina, porque todo se veía inundado, lodo por todos lados, me esforzaba por alejar el terror de mi mente. Mis tiernos niños asustados gritaban, aportaban sus ideas, sin dudas el miedo y las preocupaciones se había apoderado de ellos, no soportaban la situación, habían estado durmiendo apenas salimos de casa y se despertaron con algo tan pavoroso.
Solo veíamos luces que se acercaban, algunas imprudentes y velozmente, otras de atrás pugnaban por sacarnos del camino por la escasa velocidad que me animaba a mantener, el cansancio se estaba apoderando de mí, mis parpados se hacían pesados, intentaban tapar mi pupila, de repente aparece en mi mente la imagen sonriente de mi padre, su mirada vivaz me trasmite paz, bondad, me empieza a hablar, haz esto, haz aquello, ten firme tus manos en el volante, velocidad mínima, pie en el freno y embrague, todas las luces y señales funcionando, y un montón de recomendaciones más, pero por sobre todas las cosas era la tranquilidad espiritual que me transmitía, mi cerebro estaba mentalmente en contacto con el escuchando sus indicaciones, como si se hubiera producido un silencio absoluto, ya no percibía las voces de mi señora, mis hijos, el rugir de la tempestad, los bocinazos ajenos, ni los ruidos de los motores circundantes y pronto con el andar mínimo y seguro, fue desapareciendo la tenebrosidad oscura y se fue acercando la luz. Me encontraba sobre la cinta asfáltica, lentamente circulando con mi fiel automóvil y una cola interminable de autos y camiones detrás.
Empezamos a ver algunos lugares libres de agua, las voces alegres y placenteras de mis pequeños y de mi querida Rosita volvieron a mis oídos, y solo me interesaba llegar a un lugar apropiado y seguro dónde estacionar, para descansar y comer algo, hasta que tuviéramos las ganas de seguir hacia el lugar elegido y gozar de nuestras vacaciones.
A medida que avanzábamos un espléndido sol empezó a envolvernos y casi llegando a la localidad de General Belgrano, el día ya se había transformado en algo maravilloso, cálido, acogedor, como si nada hubiera ocurrido, elegimos el parque de una enorme estación de servicio para detener nuestra marcha, descansar y hacer dormir un rato nuestros hijos, era necesario luego de las horribles peripecias vividas.
Mientras dormitaba, cerrando los ojos por instantes, vino a mi mente, unas palabras que mi padre me decía cuando era adolescente: Cuando te encuentres en una situación difícil o con un dilema para resolver, y tienes dudas sobre cómo resolverlos, busca la opinión de la persona que más ama y si ya no la tienes en esta vida, búscala en el santo recuerdo, y si veis en sus labios o en sus ojos, tristeza, dolor o lágrimas, recapacita, detente, frena la marcha, si es necesario retrocede, porque el peligro aguarda en algún lugar, alguien quiere perjudicarte, el enemigo implacable espera tu perdición, pero en cambio sí vez en esos ojos y labios: alegría, aceptación y una sonrisa, adelante estas en la vía correcta para triunfar, que suenen los clarines de la gloria y entonen la marcha triunfal, porque vale la pena el esfuerzo, el éxito que buscas será tuyo.
Aldo Ciallella.