–Es que no se por donde empezar. Me impregné de él. El olor lo llenaba todo, su olor. Era suficiente la luz de las velas. Sus llamas vibraban a mi paso como acompañando mi ritmo pausado. No me atreví a encender la luz por no romper el equilibrio, la magia que allí existía. Temía que si lo hacía, todo se desvanecería y se escurriría de mis dedos. Estaba tan cerca de tocarlo… De reojo, a la derecha, vi la alfombra al pie de su cama. No la pisé y miré hacia el otro lado, a mi izquierda. Después de su advertencia de no pisarla, pensé que no era digna de mi mirada. Allí, a la izquierda, había un mueble estantería de madera con pocos libros y muchas piezas. Piezas sin valor, baratijas a los ojos de un profano, pero por un momento me pareció verlo recogiéndolas del suelo como si quisiera llevarse a su casa trozos de mundo que encerraran la esencia de sus antiguos dueños que, por las formas, se intuía que habrían sido femeninas: pequeñas cuentas de collar, minúsculas trabas de pelo,... Parecía un orfanato de vidas abandonadas que él hubiera acogido con esmero. Todas descansaban en su sitio, ordenadas de mayor a menor, o por colores, buscando que se sintieran cómodas, mejor que en su vida anterior.
–Es que no se por donde empezar. Me impregné de él. El olor lo llenaba todo, su olor. Era suficiente la luz de las velas. Sus llamas vibraban a mi paso como acompañando mi ritmo pausado. No me atreví a encender la luz por no romper el equilibrio, la magia que allí existía. Temía que si lo hacía, todo se desvanecería y se escurriría de mis dedos. Estaba tan cerca de tocarlo… De reojo, a la derecha, vi la alfombra al pie de su cama. No la pisé y miré hacia el otro lado, a mi izquierda. Después de su advertencia de no pisarla, pensé que no era digna de mi mirada. Allí, a la izquierda, había un mueble estantería de madera con pocos libros y muchas piezas. Piezas sin valor, baratijas a los ojos de un profano, pero por un momento me pareció verlo recogiéndolas del suelo como si quisiera llevarse a su casa trozos de mundo que encerraran la esencia de sus antiguos dueños que, por las formas, se intuía que habrían sido femeninas: pequeñas cuentas de collar, minúsculas trabas de pelo,... Parecía un orfanato de vidas abandonadas que él hubiera acogido con esmero. Todas descansaban en su sitio, ordenadas de mayor a menor, o por colores, buscando que se sintieran cómodas, mejor que en su vida anterior.