-¿Quedamos?
-¡Estoy de viaje!
-¿Dónde?
-En Cabo de Gata
-¿Eso no mejor en verano?
Somos animales de costumbres y también, viajeros de costumbres. En mi último viaje quise modificar ese esquema mental, intentando por un lado bajar la dosis de intensidad de anteriores viajes -siempre quiero conocer el máximo de lugares posible-, y por otro, visitar un destino de playa fuera de temporada. Mirar el mar desde la barrera sin poder catarlo, aunque observándolo quizás en mayor medida que nunca. Pasear, comer al aire libre, sentir la arena fresca en los pies, dormir la siesta si era eso lo que pedía el cuerpo, conocer los lugares sin prisa… Cabo de Gata fue ideal para este cometido. Y aunque un viaje atípico, fue un viaje genial. Os contaré qué ver en esta zona, dónde comer y los lugares que más me gustaron.
Cabo de Gata es la forma más fácil de hablar del Parque Natural Marítimo-Terrestre de Cabo de Gata-Níjar, una reserva de especial protección por su importantísimo valor natural. La zona es especialmente árida y se encuentra bastante aislada, lo que le confiere también un especial embrujo turístico. Es maravilloso perderse allí, entre acantilados enormes y de imponente factura, playas de agua cristalina y el mar acompasando nuestro ritmo cardíaco, clima benigno y vientos del Mediterráneo.
Nuestro lugar de residencia fue en San José -en el hotel doña Pakyta, ideal por sus vistas y amplitud-, una de las poblaciones con más vida, aunque ahora en marzo solo se vislumbra un poco de lo que tiene que ser en verano. Aunque pequeño, en el pueblo encontramos buenos lugares para comer, una playa encantadora donde perder el tiempo y un bar de lo más animados donde ver sentirnos como en casa (Pirata Maimono). San José nos encantó.
De playa en playa… y tiro porque me toca
Lo mejor de Cabo de Gata son sus playas, también en invierno. Los arenales son además de bonitos, enclaves paisajísticos preciosos donde dejar todo rastro de estrés atrás y disfrutar del ancho mar. Ganar tiempo para gastar la vida…Por eso, nosotros fuimos recorriéndolas todas y nos encantaron, cada una con su ‘fuerte’ y siempre radiante.
Las playas de la Isleta del Moro parecen normales en un primer momento, pero preciosas cuando se toma perspectiva. Preciosas cuando las flores silvestres son las protagonistas de las fotos donde el mar de fondo pinta un paisaje único. Preciosas cuando a golpe de pájaro somos conscientes de los grandes peñones que tiene a su alrededor. El pueblo es tranquilo y las mujeres utilizan el lavadero público, como antaño, y tienden la ropa también al aire libre. El tiempo pasa lento, pero no tenemos demasiado, así que continuamos.
El siguiente objetivo fue El Playazo, un arenal cercano a la población de Rodalquilar y muy protegida por las montañas, lo que le da un liviano oleaje, muy tranquilo. Una cala tranquila y perfecta para el baño y todo tipo de públicos… de esas que una servidora disfruta especialmente. Corona la playa el Castillo de San Ramón, antigua fortaleza levantada por Carlos III para defender las reservas acuíferas de los piratas y hoy en venta. En los alrededores se puede también pasear, oteando el horizonte y observando cómo la piedra caliza se convierte en rocas de caprichosas formas.
Lo mejor de estas playas es que no hay dos iguales. Teníamos muchas expectativas puestas en la Cala de San Pedro, a la cual zarpan barcos desde Las Negras por un módico precio de diez euros. Pero nosotros quisimos hacer la ruta, de unos cuatro kilómetros, para acceder. Disfruté más de la senda que de la playa, abarrotada de algas, por lo que os la recomiendo encarecidamente. Obligatoria si no vais en verano y os gusta pasear. Como paseo es bastante sencillo, aunque hay pendientes en algunos tramos. Sale de un camino al final del pueblo de Las Negras. Las vistas tanto hacia atrás cuando se está subiendo, como a mar abierto en mitad del camino como finalmente bajando al reducto hippie que es San Pedro son maravillosas.
Otro pequeño pueblo y coqueto es Agua Amarga, desde donde se puede hacer una ruta de unos dos kilómetros a la Cala de Enmedio y seguir hasta la Cala del Plomo. Aunque nos tocó un día de lluvia, lo intentamos. Pero al tomar la primera pequeña colina, las hierbas nos calaron y al no ir demasiado preparados, decidimos abortar misión. Hay otra forma de llegar, más sencilla, que acabamos tomando. Hay un desvío antes de llegar al pueblo, bien indicado; un camino de siete kilómetros que te lleva a la Cala del Plomo y desde donde no queda otra que andar para llegar a otra de las mejores playas que vimos: la Cala de Enmedio.
Como escampó, pudimos acceder, y aunque el camino en este caso fue interior, disfrutamos mucho del trayecto también. Una vez en la cala, disfrutamos de las formaciones rocosas tan peculiares que hay en los extremos de esta cala y de cómo entra el mar a modo de piscina. Solos, desde una piedra, observamos la belleza del lugar y agradecimos conocerla así… en soledad. Fue precioso.
La última playa de la colección fue Mónsul; la rebelde, la más guay y salvaje. Había un buen vendaval cuando la visitamos, pero creemos que le dio un toque que iba bien con ella. Escenario de una de las películas de Indiana Jones, Mónsul es una de los arenales más singulares de la zona, representando a las mil maravillas el carácter de una tierra tan especial.
Nos quedó en el tintero la playa de Los Muertos, ya sin fuerzas tras una jornada intensa para el nivel del viaje y después de volver a ponernos las botas en un restaurante de la zona. Para otra ocasión, aunque si podéis visitarla, tiene muy buena pinta.
Dónde comer en Cabo de Gata
Quizás no crea hoy por hoy que un viaje está completo si no disfruto de la gastronomía del destino; si no recuerdo con especial cariño los platos que degusté y los momentos tan especiales que se forman en torno a una mesa, una cerveza fresquita y un buen telón de fondo. En Cabo de Gata -no sé si en Almería en general- no olvidaremos el gran tamaño de los platos y la invitación, siempre que tomábamos algo, a una buena tapa. ¡Así da gusto!
En San José, comimos en el restaurante 4 Nudos, situado en el puerto y muy bien valorado (está en la cuarta posición en Tripadvisor de los restaurantes del pueblo). Elegimos un arroz meloso de pulpo y almejas que nos gustó mucho y tanto el servicio como el local fueron muy agradables. ¡Bastante recomendable!
En el mismo San José, cenamos un par de días en el bar donde hacíamos vida por las noches y fue toda una sorpresa. En el Pirata Maimono, tienen platos originales, muy bien hechos y encima el ambiente es una pasada. ¡Si viviera allí sería mi lugar de referencia!
En Las Negras elegimos el restaurante Cala Aurora, pues tiene una terraza muy apetecible y buenas vistas. Pedimos comida muy normal, que estaba bien buena, y los arroces que vimos tenían muy buena pinta. ¡Yo me quité el mono de mejillones!
Por último, también nos acercamos a Carboneras y elegimos un restaurante muy apetecible en el paseo marítimo: Alborán. Quizás el que mayor nivel de calidad nos pareció que tuvo de todos, aun cuando no habíamos buscado referencias. Un local además cuidadísimo, sin muchos alardes pero súper agradable. Comimos un hojaldre de quesos, nuez y mermelada riquísimo, unas cocochas sabrosísimas y unas buenas almejas, quizás el plato más flojo.
De lo que no hay duda es que aquí se come bien y este fue uno de nuestros mayores placeres, quizás con el descanso y el mar. ¿Qué más se puede pedir?
Por último, recordar que nos alojamos en el hotel Doña Pakyta y que a pesar de que el olor del baño llegaba a la habitación y eso no nos gustó, quizás haya sido uno de los mejores alojamientos en lo que a vistas se refiere de todos los que haya estado en mi vida. Aún de cuatro estrellas nosotros pagamos 60 euros la noche, que es bastante asumible y el hotel tiene categoría de cuatro estrellas. Es bastante recomendable.
Por último, os recomiendo otros lugares de Andalucía que me encantaron como Sevilla, la ciudad que me parece más bonita de España; Málaga y alrededores, la costa del sol casi permanente; o Córdoba, preciosa y radiante. ¡El sur de España tiene muchísimo que ofrecer, sobre todo lugares históricos, ambiente y gastronomía!