Nos sirven un buen desayuno en Casa Tamble en Ponta do Sol con fruta, zumo natural, mermelada casera, café, tortilla francesa con cilantro y pan.
Una vez saciados, cogemos nuestras mochilas pequeñas para hacer una caminata que bordea la costa y que nos llevará a Fontainhas, un pueblo ubicado en plena montaña junto a los acantilados.
Al final del pueblo de Ponta do Sol cogemos la carretera de “pave” como aquí le llaman a la carretera de piedra y una vez ya subiendo aproximándonos a la costa vemos un paisaje espectacular.
Vemos algún lugareño que nos saluda al pasar y mujeres que van cargadas con sus mercancías en sus cabezas, incluso permiten que les hagamos alguna foto. Subimos unos 300 metros.
Nos encontramos en medio de un paisaje fascinante y de vegetación a medida que vas adentrándote hacia el interior de la montaña, dejando a un lado los acantilados de vértigo.
Llegando hacia Fontainhas vemos bancales donde hombres y mujeres se encuentran trabajando recogiendo la caña de azúcar. También hay plataneros, papayas, un vivo vergel de plantas y verduras sembrados en las escalonadas montañas.
Las casas pintadas de alegres colores resaltan con el verde de la montaña. Llegamos al último tramo del sendero que baja hacia el pueblo y paseando por las laderas vemos las diminutas casas pero muy acordes con el paisaje.
Los habitantes de la aldea nos observa sentados desde sus casas viéndonos curiosear, son gente modesta y humilde que vive de lo que la agricultura les permite y poco más.
Comida no les falta pues hay plantaciones de patatas, batatas, yucas, mangos y otras que desconocemos.
Nos encontramos con la “Mercearía Díaz” que sirve para hacer una breve parada y tomar un refresco mientras uno admira el paisaje. Más adelante, continuando el camino se encuentran los poblados de Forminguinhas y Cha da Igreja, en total unos 12,5km de subidas y bajadas.
Volvemos hacia Ponta do Sol pues los pescadores arriban a puerto con sus barcas de colores a primera hora de la tarde. Conforme van llegando, arrastran las barcas entrando por el antiguo muelle y acercan sus cajas con todo el pescado que lanzan a un barreño de plástico.
Lo seleccionan y colocándolos sobre una piedra plana lo pesan en una antigua balanza regalándonos alguna sonrisa al vernos curiosear. Vemos que 12kgs de pescado lo venden a 20 euros.
La vida de pescador es dura, se juegan la vida en el mar y luego se les paga muy poco, no es un trabajo valorado pero es lo que han hecho toda su vida pasando el timón de padres a hijos.
Damos un paseo por el pueblo y vemos a los lugareños jugar a las cartas y al “ouril” un juego típico del país que transcurre en una tabla de madera con orificios para poner bolas pequeñas que hacen de fichas.
Vemos algunos graffitis de artistas que se han dedicado a decorar varios muros y casas del pueblo, también los abuelos y abuelas descansan en sus sillas tomando el sol.
En Ponta do Sol todo transcurre de forma apacible, un rincón del mundo donde el tiempo pasa lentamente junto al mar.