Cabras, Osos y Ecologistas

Por Monpalentina @FFroi

El Boletín Oficial de Cantabria publicó con fecha 16 de junio de este año [1997] un edicto de la Consejería de Agricultura y Pesca, por el que se obligaba a los propietarios de ganado caprino incontrolado -que pastan en el desfiladero de la Hermida- a retirarlo de estos lugares en el plazo improrrogable de 10 días. La razón que aludían allí y que reunió a importantes personalidades de la región cántabra, es que las cabras podían provocar desprendimientos con el consiguiente peligro para quienes utilizan esta vía de comunicación con Liébana. Diga lo que se diga, los animales acaban molestando casi siempre, casi a todos lo que no los tienen, e incluso entre
quienes los tienen hay frecuentes polémicas por asunto de pastos, ahora que está demostrado que sobran terrenos y se piden manos jóvenes que vuelvan a cuidarlos. En Ia montaña sucedió hace años algo muy parecido. Las cabras eran buenas para limpiar los terrenos, según la parte
ganadera, pero la Administración dedujo que eran malas porque perjudicaban a los árboles y transmitían la fiebre de malta. En los páramos, con la proliferación de tractores que facilitaban la labor, los labradores se encontraron también con la prohibición de roturar grandes extensiones de terreno. Y de este modo comenzaron a cerrarse las puertas de muchas casas, movidos también por el despunte económico de los años 60. Lo sorpredente es que, unos años después, cuando ya era inevitable la marcha atrás, a la Administración se le ocurrió subvencionara con 1.300 pesetas cada chiva viva. Como si se tratara de un proceso regulador: hoy te lo quito, mañana te lo doy, a ver qué pasa, a ver por dónde tira el pueblo, que los políticos no tienen mucho que perder si se equivocan.

Por otra punta asoma el asunto del oso, cuya verdadera promoción comienza de verdad cuando en 1988 se inicia el proceso Judicial contra el cazador que mató al Rubio, -en Brañosera .. El protagonista, acusado por la prensa, vilipendiado muchas veces, porque ha pasado de cazador a presa, rehuye la entrevista que pretendo, cualquier cosa que tenga que ver con los periódicos, y con mayor razón los nacionales, mientras que en una casa cercana me hacen entrega de un ejemplar del FAPAS, donde se habla del abogado que conduce la causa, José Manuel Marraco, y el costo del proceso, que asciende a dos millones de pesetas, que deberán pagar ellos al quedar absuelto el cazador de toaos sus cargos.
Pero después de todo, no es el oso, ni el lobo, ni las tierras, los que ofrecen más dudas, sino la actuación imperialista y arbitraria de esa nueva especie que responde al nombre de "ecologista". Javier Cuesta, otra vez este sacerdote que me
parece valiente y comprometido hasta las últimas consecuencias con la gente a la que guarda, se pregunta en la sección "Cortar el traje", de la revista "Sementera":
"Señores ecologistas, si tanto aman la naturaleza, ¿por qué no se vienen a
sufrir y gozar con ella como un vecino más?". Y concluye: "Nuestros pueblos se están quedando sin gente".
Y es curioso observar cómo esta Asociación nos está venciendo poco a poco, bien haciendo oídos sordos a nuestra crítica, bien elevando su voz en los periódicos. Nadie sabe cómo, se filtran en
los puestos de mando, reciben el premio por la defensa del Medio Ambiente y disparan su escopeta de verde ecológico contra todas aquellas obras y proyectos que impliquen arreglos, concentración parcelaria y hasta un hotel en el Collado de Piedrasluengas. Cualquier réplica es repetición de viejas crónicas y nada se consigue con este último viaje al otoño de la tierra. Y nada se consigue predicando que hay que mover el culo 100 kilómetros para estampar una dichosa firma, que la nieve es muy mala para hacer valentías, que hay que pisar el barro y las boñigas a diario. Eso ya lo hemos dicho, y que el oso no ha molestado nunca, que un error de un vecino no es óbice para condenarnos de por vida a seguir con las mismas carreteras, a vivir como vieron nuestros antepasados. Estamos aquí para dar pequeños pero seguros pasos que permitan la vida. No sólo una vida sana por el alimento, por el aire, por la tranquilidad, sino también por los accesos y por los adelantos. Para ello la Administración debe abrir más la mano, los ecologistas deben cerrar la boca y el pueblo tiene que decir algo. Porque nada se conseguirá con el silencio, escondiendo las alas, esperando que otros vengan algún dia a solucionar nuestros problemas. Demos un cariñoso sornabirón a todos esos rezagados, que ni se pronuncian ni dejan que nos
pronunciemos por ellos, haciéndole vivir al resto en un estado permanente de zozobra. Somos, pues pensemos; vivimos, pues hagamos algo, lo que sea. Y hagámoslo mejor hoy que mañana.