Poco a poco voy repasando la filmografía de Michael Haneke, uno de esos directores valientes que no dejan a nadie indiferente. Hay otros muchos así, estoy seguro, pero él ha conseguido hacerse más popular que la mayoría de los cineastas de los denominados "de autor", aunque sea a través de un cine provocativo, desagradable en ocasiones y nada complaciente con el espectador.
Georges es un hombre que parece disfrutar de la vida perfecta: una casa amplia y llena de libros, como corresponde al presentador de un programa literario de éxito, una bella esposa y un hijo sano e inteligente. Tan bello panorama comienza a resquebrajarse cuando comienzan a llegar a su domicilio unas absurdas cintas de vídeo en las que la fachada de su hogar es grabada durante horas, como si alguien estuviera permanentemente vigilándoles. Algo que a priori no constituye una ilegalidad, pone nervioso a cualquiera. Realmente no existe un tipo jurídico que contemple el envío de imágenes de tomadas en la calle como delito o falta. En todo caso, lo más extraño de todo es que no son capaces de dar con la persona que pasa horas frente a su casa en la monótona tarea de grabar su fachada. Georges debe hurgar un poco en su pasado más remoto para encontrar algunas respuestas...
Lo más destacable de la película es como Haneke consigue mantener la tensión en todo momento, como si una amenaza invisible acechara cerca. La casa de Georges constituye aquí una especie de refugio burgués contra los peligros del exterior, contra los desheredados que no han gozado de las mismas oportunidades que él. Pero las acciones del pasado pueden cobrarse algunas deudas. El mundo real no es el representado por el bienestar material de Georges, sino la imagen de un niño cortándole el cuello a un gallo de la manera más cruel.