Hay palabras de la jerga familiar o tribal que no tienen rival a la hora de poner nombre a ciertas realidades. Quizás porque, en lo que se nos alcanza, la primera vez que entendimos el significado pleno de esa palabra coincidió también con la novedad de una sensación, o una experiencia, sentida y experimentada por primera vez. Es lo que en estos días de la primera canícula del año me ocurre con la palabra cachurreiro, un término de indiscutible filiación gallega, aunque no lo he encontrado en ningún diccionario al uso, ni en varios repertorios de hablas coloquiales, tal vez porque esté acuñado en los moldes del barallete u otra jerga gremial. Pero es la palabra que le oía a mi abuela y, de forma especial, a mi tía y madrina Camila para designar el alto calor del mediodía en los veranos gallegos de mi infancia: «¿Cómo vas sair ahora, fillo, co cachurreiro que fai?», decía mi abuela. O: «Eso é, non tendes outra cousa que ir ata Cimadevila a estas hora, baixo este cachurreiro...», me advertía en ocasiones, con su inequívoco gesto disuasorio, mi madrina. La palabra llega cada año a mi cabeza con el primer sudor serio del verano.
Imagen: El cielo en obras bajo el sol de junio. Foto AJR, 2016.