Estando en alerta estamos conectados, nos sentimos parte de algo, sí, pero a cambio de perdernos a nosotros y cuanto nos rodea. ¿Por qué no nos plantamos en medio de la calzada y nos ponemos a pintar? Decían los maestros antiguos que de todo lo que pasa algo permanece, incluso del río de Heráclito, cuyo nombre -el propio- no cambia a pesar de que ya no nos bañemos en el mismo río. Sí, me detendría en el baño diario de luz, en la palidez de los edificios que frecuento, en los rostros caídos de antes del amanecer, en eso que permanece aun cuando todo se hallase conectado. Y así, permaneciendo, quizá me habituara de nuevo a ser.
Se cuenta la anécdota de un maestro taoísta que aleccionaba así a sus discípulos: «Cuando estéis de pie, estad de pie. Cuando caminéis, caminad. Cuando estéis sentados, estad sentados. Cuando comáis, comed». Entonces, uno de ellos le interrumpió y replicó: «Pero, maestro, si eso es lo que hacemos». El monje le respondió: «No, cuando estáis sentados, ya estáis de pie. Cuando estás de pie, ya andáis corriendo. Cuando corréis, ya habéis llegado a la meta» (Los jardines de los monjes, Peter Seewald y Regula Freuler)