Cada poeta es vigía de un territorio concreto del verbo, de una sola palabra que se ramifica en otras, colindantes.
Cada poeta es vigía de una frecuencia específica de ecos, de mundos que devienen, del sueño que sueña las consumaciones y los comienzos.
Cada poeta es vigía del lenguaje, de lo que acontece, del navío quieto y proceloso que es la memoria, vigía de su propio poema, creador y vigilante de una metáfora única: la que anima e irriga todos sus poemas.
Cada poeta define un mundo sin instalar códigos sino viendo cómo juegan los símbolos en hemisferios dispares.
Cada poeta es vigía de la misma rosa que se repite distinta.
José María Piñeiro