Esta idea, que como decimos, contiene parte de verdad, no refleja al completo la realidad, y se ha ido superando con el tiempo, sobre todo en lo que se refiere a la segunda parte del enunciado. Por ejemplo, la caza de brujas en centroeuropa fue un fenómeno mucho más extendido que en la península. La cantidad de mujeres quemadas o ejecutadas por ese motivo en la Monarquía Hispánica está muy lejos de las cifras alcanzadas en otros países.
La primera parte es, sin embargo, no ha sido apenas matizada a lo largo del tiempo. La Inquisición, los autos de fe, la expulsión de judíos y moriscos... son prueba fehaciente de una especie de intolerancia consustancial a la península Ibérica. Es por eso, porque hasta ahora se ha tratado poco, que es tan interesante la propuesta que el profesor de Yale Stuart B. Schwartz hace en su libro Cada uno en su ley.
Dice el autor en la introducción, al hablar de cómo surgió el libro:Mientras trabajaba con documentos de la Inquisición española sobre las ideas en torno a la sexualidad en España y sus colonias, comencé a encontrar casos de sujetos cuyas actitudes se parecían bastante a las de Menocchio (Menocchio fue un molinero del Friuli protagonista del libro de Carlo Ginzburg El queso y los gusanos. Menocchio fue juzgado por la Inquisición por sus ideas heréricas y una de ellas era que la salvación era posible en cualquier religión porque Dios nos ama a todos). La mayoría de ellos era gente común, aunque no faltaban de vez en cuando clérigos y hombres de letras que mostraban algún relativismo religioso y cierta tolerancia, a menudo condensados en una expresión común: "cada uno se puede salvar en su ley". Me pregunté cómo era posible que este tipo de actitudes tuviese expresión en la España y Portugal modernos, considerados el ejemplo clásico del empeño por imponer la ortodoxia dentro del absolutismo contrarreformista.
La cuestión de la salvación era crucial desde la edad Media y la máxima preocupación entre la población. Cito de nuevo a Schwartz: La repetición constante del dicho "Dios quiere que cada uno en su ley se salve", parecía ser, a primera vista, fruto del sentido común y una forma popular de entender la diversidad de credos que había en el mundo. La cuestión de la salvación, de hecho, tuvo una enorme importancia dentro de la cristiandad primitiva y fue objeto de arduos debates entre los teólogos de la época medieval. Si Dios era una fuerza omnipotente de cuya gracia la humanidad, a pesar de sus pecados, podía ser redimida, la pregunta era saber cómo esa concepción de la omnipotencia divina se conciliaba con la idea de que la salvación sólo era posible dentro de la Iglesia. ¿Acaso una divinidad todopoderosa no podía salvar a quien quisiese? Por otros lado, si la salvación sólo se alcanzaba a través de Cristo y de su Iglesia, cabía concluir que Dios había condenado intencionadamente a muchas buenas almas al fuego eterno. ¿Qué sucedía con los niños que morían antes de ser bautizados, con los hombres y mujeres dignos de admiración que vivieron en los tiempos antiguos (antes de Cristo), o con quienes, habitando tierras lejanas, nunca habían oído hablar de Cristo? En ocasiones, los cristianos se vieron en la necesidad de tener que explicar por qué Dios habría esperado tanto tiempo para enviar a su Hijo, condenando así a muchas generaciones para la eternidad, o por qué habría creado a tanta gente fuera de la Iglesia. Con todo, la cuestión quizá más problemática era entender la razón por la cual un Dios justo condenaba al Infierno a sujetos que llevaban una vida buena y honesta, acorde con las leyes naturales que Él mismo había dado a todos los hombres, aunque viviesen al margen de la fe cristiana. Como dijo un converso en España "Dios no hizo bien su oficio haciendo algunos moros, otros judíos y otros cristianos".
El libro aborda cómo la Iglesia fue dando respuesta a estos interrogantes, cómo se fueron planteando otros con la llegada al continente americano y el descubrimiento para los eurpeos de su población y cómo el mensaje oficial tuvo respuesta entre la población.
En una sociedad donde durante mucho tiempo habían cohabitado personas de diferentes credos hacía que, por ejemplo, hubiera personas que dudaran de que su vecino morisco que llevaba una vida buena y honrada tuviese necesariamente que condenarse. El uso que se hizo de la Inquisición como herramienta de control social, en el que se animaba a la gente a delatar a sus vecinos, ofreciendo una oportunidad de oro para saldar cuentas pendientes, es una de las razones de que la gente fuese cada vez más prudente a la hora de manifestar públicamente esas dudas, pero la documentación inquisitorial que ha estudiado el profesor Schwartz muestra que los disidentes existían también en este caso, aunque fuesen siempre una pequeña minoría.