Fortaleza de la Cortadura - Cádiz - 1812
Cómo se pasaba el tiempo en una ciudad sitiada
No vayan a creer mis lectores que al escribir las siguientes páginas me propongo contar hechos heroicos, ni crean que recomiendo la estancia en una plaza fuerte, verdaderamente sitiada y combatida, como una situación halagüeña. Intento, al refrescar en la mente antiguas memorias y pasarlas a la pluma, y de ella a la estampa, poner a la vista de la generación presente algunas escenas del singular drama que se representaba en Cádiz cuando estaba al frente, en la opuesta costa, el Ejército enemigo, [...] a los moradores en Cádiz y la vecina isla de León (hoy ciudad de San Fernando) cupo en suerte un buen pasar a corta distancia de los fuegos de un contrario poderoso.
Ni con esto pienso rebajar el mérito contraído por una ciudad de que soy hijo, a la cual conservo amor entrañable. [...]
Si algo podía disminuir el valor de la animosa resolución de defenderse, era la firme fe de que Cádiz y aun la isla eran inexpugnables. [...]
En cuanto a la ocasión de que voy hablando, se veía el puente de Suazo echado sobre un brazo de mar con agua harto profunda; baterías rasantes a los lados del extremo que va al continente; alrededor, por la parte de afuera, salinas pantanosas, donde sólo puede andarse por angostísimos pasos conocidos sólo de los salineros, y fuera de los cuales perece hundiéndose quien temerariamente se arroja a pisar el terreno engañoso; y se colegía de todo ello, no sin razón, pues acreditó después la experiencia ser muy fundada la confianza, que obstáculos tales no podían ser vencidos por los agresores. Pero se olvidaba que la ciencia y el valor en la guerra superan los más formidables, y que para la defensa de puntos, aun siendo fortísimos, se ha menester gente numerosa que los presidie. Esto faltaba en Cádiz, y porque inesperadamente fue suplida esta falta, pudo la isla gaditana tener al frente al poderosísimo enemigo durante treinta meses y días, sin peligro casi, con pocos inconvenientes, y de modo tal que la vida allí vino a ser no meramente tranquila y cómoda, sino agradable y divertida.
Fuese como fuese, aun con la escasa fuerza que había en Cádiz y la isla de León, comenzó a prepararse la defensa. [...]
Para ello había sido trazada y empezaba a levantarse la Cortadura, que ya he descrito en otro artículo de estos mis recuerdos. Poco se había adelantado en ella desde que, once meses antes, había sido teatro donde fue representada la escena de la supuesta traición descubierta y del fácil vencimiento de los polacros, El lienzo de cantería estaba hecho, así en la parte de la cortina como en la de los baluartes, pero por otras nada había, faltando aún el terraplén o piso de la muralla.
A remediar tales males o peligros acudió solícito todo el vecindario de Cádiz; quiero decir, todos los vecinos varones y no impedidos. Era de ver el gentío que poblaba las afueras de aquella linda ciudad, todo él compuesto de trabajadores aficionados. Como sucede en ocasiones semejantes, reinaba entre el bullicio la alegría, sin que pensase en que la causa de tal concurrencia más era para dolerse que para alegrarse. [...]
Hombres de todas las edades, cuyos vestidos declaraban ser su condición y situación en la vida social, cuando menos acomodada, formando cadena, pasaban de mano en mano espuertas llenas de tierra, revueltos con gente de inferior clase para la cual era más fácil, aunque en ellas no fuese costumbre, tal trabajo. [...]
Febrero, marzo y parte de abril fueron para las dos poblaciones asediadas una época de tranquilidad. Algo molestó al principio la carestía, pero cesó pronto, recibiéndose toda clase de auxilios de lugares vecinos y lejanos y de tierras extrañas. [...]
Era la política el principal alimento de la conversación; pero la política para las más de las gentes se reducía a pensar y hablar de los sucesos de las gentes, pues antes de juntarse las Cortes, las cuestiones sobre materias constitucionales, que poco después embebieron tanto la atención, de escaso número de gentes eran conocidas.
La calle Ancha, por las mañanas; la inmediata plaza de San Antonio, cuando era posible pasear en ella al sol, o según la frase española, que tanto golpe da a los extranjeros, tomar el sol, y la alameda, pobre y fea entonces, pero con deliciosas vistas, estaban atestadas de gente. La hora de comer para la de la clase superior o acomodada vino por aquellos días a ser la de las tres de la tarde, ya dadas. Así, el gentío de ociosos de buen porte, que a la hora antes indicada charlaba y fumaba en la misma plaza de San Antonio o en sus inmediaciones, al sonar tres campanadas del reloj de la parroquia que lleva el nombre del mismo santo se dispersaba, yéndose todos en busca de lo que lo general de españoles llama la puchera, y a que dan los andaluces por nombre la olla; pero sin añadirle el epíteto de podrida, que sólo a ciertas ollas cuadra. [...]
Dicho dejo que con atender a las cosas de las Cortes empezó un entretenimiento nuevo, que llamó otros. En efecto, venido el Congreso a Cádiz, en febrero de 1811, puede decirse que fue su venida principio de la segunda parte del drama representado en aquella población sitiada o bloqueada. Hasta para variar, vinieron las bombas o granadas como a dar aviso de que estábamos en guerra y con el enemigo cercano, pero con las bombas vinieron a multiplicarse las diversiones, abriéndose el teatro y celebrándose fiestas de diversas clases al aire libre; [...]
Pero a criaturas que viven incómodas se hace necesario procurar distracciones. En ello se ocupó la autoridad. En el lugar más lejano del alcance de los fuegos enemigos, se puso al modo de una feria. Había, además, allí un tablado para música instrumental y vocal, que servía con frecuencia al fin a que estaba destinado. También se formó una como plaza donde se corrió por la sortija. [...] En medio de todo ello no eran desatendidos los pobres. Como de éstos había y hay muchos en el barrio llamado de Santa María, de los menos distantes de la línea enemiga, se formó delante de la casa Hospicio, y a corto trecho del lugar de las diversiones, un campamento en cuyas tiendas de lona tenían albergue muchas familias, [...]
No me acuerdo si fue el 30 o 31 de julio cuando llegó al Gobierno la noticia de la victoria alcanzada por el Ejército inglés en la jornada dicha por los vencidos de los Arapiles y por los vencedores de Salamanca. Era a mediodía; la noticia corrió veloz por la población; sonaron exclamaciones altas, y unánimes; celebrose con salva el triunfo; respondieron al saludo con sus granadas los enemigos, y a cada tiro de éstos, correspondía por nuestra parte un grito de alegría y desprecio. [...]
Como dentro de una semana, poco más o menos (en la noche del 24 al 25 de agosto de 1812), habiendo ya cesado los disparos en la tarde, el ruido de repetidas explosiones anunciaba que se estaban poniendo en retirada los sitiadores; suceso ya esperado. [...]
¡Rara condición la del hombre! El vernos libres del sitio no trajo consigo toda la alegría propia de tan fausto acontecimiento.
A quienes se ha acostumbrado a la agitación parecen la paz y tranquilidad una situación fastidiosa. Así es que a los pocos días de levantado el sitio, vueltas las gentes a sus comodidades acostumbradas, era frecuente decir:
"Gracias a Dios que nos vemos libres de franceses y de bombas, pero hay que confesar que la vida ahora es algo pesada, y que en los últimos apuros del sitio era muy divertida. Casi hace falta el oír sonar una campana que sirva de anunciar la venida de una bomba". Así éramos las personas de 1812; así serían las de ahora puestas en iguales circunstancias.
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Antonio Alcalá Galeano, Texto completo: Recuerdos de un anciano (2009), Barcelona, Crítica, "Cómo se pasaba el tiempo en una ciudad sitiada", pp. 197-284.
http://es.scribd.com/collections/3412392/Antonio-Alcala-Galiano-Recuerdos-de-un-anciano