Accedo a una vieja torre en medio de la ciudad de Cádiz. Una luz cegadora me obliga a cerrar los ojos. Respiro profundamente y me lleno de salitre. Cuando los vuelvo a abrir, el blanco inmaculado se pierde en la mar océana.
Me encuentro inmerso en la ciudad más antigua de Europa. Más de 3.000 años de su fundación creada para ser la mayor base comercial de Occidente. Y eso todavía se percibe. Cádiz no se parece a otra, ella es única.