Ya he comentado, creo, que esta semana la entrevista será al director y presentador de un conocido espacio de divulgación cultural televisivo. Al hilo de esta entrevista me estuve fijando en la parrilla televisiva, algo que no suelo hacer, y he descubierto que hay una enorme variedad de tertulias (normalmente sobre "el corazón") ocupando enormes franjas horarias. En estos programas la gente se sienta en sofás más o menos incómodos y, con sus mejores galas, se dan gritos sobre lo que mi abuela hubiera denominado, asuntos privados. Pero las tertulias, no han sido siempre así; hubo un tiempo en que había tertulias en los bares y cafés, algunas de ellas famosas hoy en día y otras no tanto. Me estoy refiriendo a las tertulias literarias.
Quien no sabe de la existencia de estos lugares en los que nacieron grandes temas y mejores obras, y quien no ha jugado a sentarse en el Café Gijón soñando con llegar a ser un día un gran autor... bueno, con vivir de la literatura nos conformamos. Algunos incluso lo consiguen o están en el buen camino, como una persona que me comentaba este pequeño placer hace no mucho tiempo. Hoy, traigo a mi estantería virtual una suerte de guía a golpe de pintas, copas y, también en algún caso, cafés. Os invito a recorrer conmigo las salas de los cafés literarios, en los que se establecían improvisados puntos de encuentro entre autores y generaciones que hoy hacen historia. En España en el ya nombrado Café Gijón se alternaban sillas con el Lyon. Conocidas eran las conversaciones de autores y actores a la salida del teatro, en las que no se medían las fuerzas o las famas sino la validez de los argumentos. A golpe de horchata y zarzaparrilla sus tertulianos bien aposentados entre mesas de mármol se dejaban ver mientras escuchaban a Ramón y Cajal o Pérez Galdós. Incluso tuvieron su propia musa, una mujer a quien llamaron madame Pimentón. Poco a poco ha ido perdiendo lustre, pero a muchos nos sigue gustando pasar por él y aspirar el tenue olor a bohemia que impregna sus paredes.
Ahora nos vamos a Dublin, allí está el Pub Davy Byrne lugar visitado por James Joyce hasta el punto de incluirlo en sus obras. No sólo en Ulises, obra en la que Bloom entra a por queso gorgonzola y borgoña, sino también en Dublineses. Está claro que algo tiene ese lugar que quien pasa lo recuerda, nos lo encontramos también en El hombre tranquilo. Qué no habrán visto esas mesas.... lo sé, horchata es lo que no han visto casi con seguridad.
Y ya que estamos por estas tierras os invito a que conozcáis el Eagle and Child, un pub inglés que se encuentra en Oxford y cuya enseña es justo lo que promete el nombre. Se trata de un lugar largo y estrecho en el que se gestaron los denominados Inklings. Venid conmigo que os invito: es martes, y nos vemos antes de comer, en una sala privada, al fondo, rodeados de pintas. La sala se llama The Rabbit Room, no tiene pérdida. Allí, si decides entrar te encuentras con C. S. Lewis, Charles Williams y J. R. R. Tolkien. No creo que pueda haber un plan mejor que dejarse caer por allí... y así lo debió de pensar mucha gente, puesto que tuvieron que cambiar su lugar de reunión a otro pub de la misma calle; pero me reservo el nombre, así los curiosos seguirán buscando al conejo. Confieso, eso sí, que hubiera escuchado tras la puerta sin pudor atesorando cada una de sus palabras.
Y por último, que entre parada y parada ya vamos "bien servidos de copas", os propongo acompañar a Hemingway, buen conocedor de las ciudades, sus fiestas y sus bares. Este hombre era muy capaz de irse al Harry's New York Bar a departir con Humphrey Bogart o a buscar el sitio en que Ian Fleming nos contaba que James Bond ocupó cuando aún contaba la tierna edad de dieciséis añitos. Estamos en París, todo es posible. Aunque no sólo en París, tenemos en Cuba la Floridita, según nos enseña Hemingway, lugar por donde pasó, pasa y pasará un tremendo cartel de gente conocida. Se sentaba allí Tennesse Williams y Jean Paul-Sartre, compartiendo placer con Graham Greene sin saberlo ya que no pudieron coincidir ni una sola vez. Hemingway de hecho, se mantiene en una esquina de la barra, inmortalizado en su postura favorita, discutiendo a saber de qué, codo apoyado y aire distendido. Como no hacerlo, si incluso en Madrid era asíduo del Ritz, con la misma pose relajada y las mismas ganas de vida.
Quedan muchos más, el Iruña en Bilbao, el Gran Café en Barcelona, el Novelty, el Pombo... todos ellos legendarios, con poca actividad ya en muchos de los casos y más como homenajes a lo que fueron que somo símbolos de lo que son. La buena noticia es que abren librerías que también son cafés, se renuevan los conceptos y nos adaptamos. Y, asistamos a ellos o no, a todos nos gusta el olor de un libro y el aroma de un buen café. Los que no leemos, también opinamos y leemos muchas veces fuera de casa, encontrando rincones insospechados de placer. El mío está en una terraza con sillones muy bajos y una mesa empeñada en golpearme la espinilla cada vez que me levanto aún pensando en las últimas letras leídas antes de cerrar el libro.