Los pequeños paseriformes que nidifican en las islas británicas o que hacen escala en ellas en su camino hacia el sur, deben afrontar un periplo de más de 700 kilómetros sobre la mar, sin poder parar a descansar o a comer por el camino. Su único equipaje son las reservas grasas que acumularon durante las semanas previas y que consumirán casi en su totalidad. Debido a esto, cualquier problema durante el viaje que implique un gasto extra de energía puede significar la muerte para muchos de ellos.
La pasada semana, sobre todo el 24 de octubre, tuvo lugar una espectacular caída de migrantes por toda la costa asturiana (y seguramente por casi todo el Cantábrico). Miles de petirrojos, mosquiteros, pinzones y otras muchas especies de pequeños paseriformes, se concentraron en la rasa costera, refugiándose de la borrasca y buscando alimento para recuperar fuerzas. La especie más abundante fue el petirrojo, llegando a contarse varios cientos en pequeños tramos de costa. Algunos de ellos llegaban tan agotados que apenas se movían ni se asustaban y se limitaban a esconderse sin demasiado éxito entre la vegetación.
Cuando las condiciones mejoran y después de recuperar fuerzas, muchas de estas pequeñas aves se dispersan por las proximidades, mezclándose con las aves residentes, mientras que otras aun deberán continuarán su viaje hacia el sur hasta llegar a los lugares definitivos donde pasaran el invierno.
Aunque menos mediáticas que las largas migraciones de las grullas o de las rapaces planeadoras, las migraciones de estos paseriformes, que llegan a perder más de la mitad de su peso en unos pocos días y que además se tienen que enfrentar a multitud de depredadores, son en mi opinión mucho más espectaculares. Que un ave como un mosquitero común, con 8 gramos de peso, sea capaz de cruzar todo el golfo de Bizkaia sin detenerse es algo que todavía me sigue dejando boquiabierto.