Caída de un hombre grande. Adiós a Aldo Sambrell

Publicado el 15 julio 2010 por Burgomaestre

Es privilegio de los actores morir muchas veces en la escena antes de encontrar su final definitivo en esta hiperbólica barahúnda que llamamos vida real. Quizá esa experiencia les sirva para afrontar con mayor entereza que el resto de los mortales la caída del telón final. Cuentan además con el probable consuelo de que sus muchas vidas vividas dejarán para el público una huella imperecedera que les sobrevivirá. De los que más muertes vivieron en la pantalla, nos ha dejado recientemente uno de los rostros más presentes en una determinada época del cine español. Con Aldo Sambrell desaparece una parte significativa de un tipo de cine, es decir, de un tipo de arte, de un tipo de entretenimiento, irrepetible, que nunca volverá. Nos referimos a aquel cine de consumo de los años sesenta, sustentado en los géneros clásicos de evasión, de los que ofrecían su versión casera, rentable y europea, coproducciones aventureras, directas y cercanas nacidas en nuestro país, tiempo atrás, hace ya lo que parece una eternidad. A Aldo Sambrell, cuya memoria queremos honrar hoy en su adiós, le correspondió un papel humilde pero reconocible dentro de un entramado cinematográfico que, partiendo desde España, se extendió hasta alcanzar lugares distantes del orbe. Su carrera profesional, en la que destaca decisivamente la influencia de directores como el fundacional Joaquín Luis Romero Marchent (en cierto modo, su descubridor) y el mítico Sergio Leone (quien le brindó la mayor proyección internacional), se extendió en el tiempo a lo largo de más de cuatro décadas, en las que prestó sin desfallecer su poderosa y varonil imagen a las diversas variantes del personaje de un hombre inmerso en un mundo de hombres broncos, fuertes y violentos, que no tienen nada que perder.

Final anunciado y primeros tiempos de una vida

Hace muchos meses que el estado de la salud de Aldo Sambrell era motivo de preocupación para su familia y sus fans. Finalmente, tras pasar varias semanas ingresado en él, ha sido en el Hospital Universitario de Alicante donde el actor ha sido alcanzado por la muerte (el pasado sábado día 10, concretamente) tras haber sufrido en los últimos tiempos varios ataques y haber sufrido un deterioro general que le había hecho perder mucho peso y la memoria.

No es extraño que la fecha de nacimiento de los actores sea un dato esquivo, cuando no variable. Desgraciadamente, el momento de su fallecimiento deja menos resquicios a la duda porque un mal día se van, nos dejan y tenemos que decirles adiós, y aunque seguiremos viéndoles en la pantalla, algo en nuestro interior nos estará dictando que ya no están entre nosotros. El último de nuestros cómicos en abandonar este mundo imperfecto en el que ningún director grita “Corten” cuando todo sale mal, ha sido Aldo Sambrell, Alfredo Sánchez Brell, un madrileño aficionado del Atlético de Madrid educado en México quien, según sus biógrafos, nació el 23 de febrero de 1937, pero que en la intimidad confesaba haber nacido seis años antes, en 1931. Con toda seguridad, fue el estallido de la Guerra Civil la causa que llevó a los padres del pequeño Alfredo a establecerse (como hicieron otros compatriotas suyos) en México. Nos consta que fue en este país centroamericano donde Aldo Sambrell se educó y donde se formó artísticamente, estudiando arte dramático, declamación y canto, e iniciándose profesionalmente en la farándula azteca después, tanto en los teatros como en el cabaret. En México también practicará con éxito el deporte del balompié, disciplina deportiva en la que alcanzará el profesionalismo al jugar en los equipos de Monterrey y Puebla. Hasta tal punto destacó como futbolista que, de vuelta a España, estuvo cerca de fichar por el Real Madrid, aunque donde finalmente sí jugó fue en el Alcoyano y en el Rayo Vallecano.

Sus primeros pasos en el cine

En desacuerdo con lo que informa IMDB, donde se asegura que “Gringo”, de Ricardo Blasco es el film de debut de Aldo Sambrell, Joaquín Luis Romero Marchent afirmó en su día haber sido el primero en darle un papel en “Tres hombres buenos”, adaptación de una historia de José Mallorquí producida en 1963 en la que Aldo Sambrell engrosaba las filas del pelotón de esbirros del villano, y, a continuación, en “El sabor de la venganza”, otro western del mismo año donde disponía de un papel algo más destacado, como “mano derecha” del matón Parker (José Truchado) quien estaba enfrentado al héroe, Richard Harrison. Por cierto, que si éste hercúleo actor tenía en el film de Romero Marchent la misión de vengar la muerte de su padre (si bien que dentro del estricto cumplimiento de la ley, en contraposición con el método menos legítimo de su hermano, el enloquecido Chris –Robert Hundar/Claudio Undari), en “Gringo”, su motivación era la misma. A Aldo Sambrell en esta ocasión le correspondía un rol en el que no había de pronunciar palabra, merodeando los pasos del protagonista, hasta tenderle una emboscada y, tras errar el tiro, caer bajo el plomo de las balas del héroe. Por cierto, que en este western de Ricardo Blasco, compartirían protagonismo con el citado Richard Harrison la pareja formada por Sara Lezana y Daniel Martín, de quien hubimos de lamentar su desaparición, no hace muchos meses, en este weblog. En cualquier caso, volviendo al inicio de la carrera cinematográfica de Aldo Sambrell, podríamos considerar estos tres títulos de 1963 los primeros en los que nuestro llorado Aldo Sambrell establecería contacto con el género cinematográfico en el que desarrollaría principalmente su labor y en el que establecería un determinado arquetipo, por el cual será siempre recordado. Antes de esta eclosión, sin embargo, ya habrá aparecido en pantalla en dos títulos tan dispares como “Rey de reyes” (Nicholas Ray, 1961), donde, según IMDB tendría un papel prácticamente de figurante (sin acreditar) como rebelde judío, y en “Atraco a las tres” (José María Forqué, 1962), tal como se detalla en la filmografía que aparece en la correspondiente entrada dentro del seminal libro “Las estrellas de nuestro cine” de Carlos Aguilar y Jaume Genover. En la espléndida comedia del director aragonés, Aldo Sambrell incorporará (según cree este burgomaestre) al entrevisto tercer atracador real, que completa el trío de malhechores el cual integra con la escultural Katia Loritz y el chusco Alberto Berco.

Entrando en la leyenda con Sergio Leone

Inseparable de la filmografía del gran Sergio Leone (Roma, 3/1/1929 –30/4/1989), de quien llegaría a hacerse amigo íntimo (el director llegaría a apadrinar a uno de los hijos del actor) Aldo Sambrell intervino prácticamente en todos los títulos firmados por el gran genio romano del western, desde “Por un puñado de dólares” (1964) hasta “¡Agáchate maldito!” (1971), formando una especie de “compañía estable” con otros actores españoles tales como Frank Braña, José Canalejas, Antonio Molino Rojo o Lorenzo Robledo, e italianos como Mario Brega o Benito Stefanelli, para componer el rico y prolijo entramado humano de la tipología que, según la visión de Leone, nutría lo que podríamos considerar el “coro operístico” del bando criminal en el western. Su papel más recordado y notorio tal vez fuera el de “Cuchillo”, uno de los miembros de la partida de “El Indio” (Gian Maria Volonté) en el mítico western de Sergio Leone “La muerte tenía un precio” (Per qualche dollare in più, 1965). Su final en la ficción del film es tan alambicado y barroco como corresponde al estilo inconfundible de Leone. El arma que le presta su apodo le es sustraída mientras duerme por “El Niño” (Mario Brega), un compañero de la banda, por indicación de su jefe, “El Indio”. Con el cuchillo robado, “El Niño” mata a Slim (Werner Abrolat), otro miembro de la banda y deja escapar a los dos caza recompensas que tienen prisioneros, “El Manco” (Clint Eastwood) y el coronel Mortimer (Lee Van Cleef). Más tarde, “El Indio” culpa a “Cuchillo” de lo sucedido y lo mata a tiros en presencia del resto de los bandidos, para enviarles en busca de los fugados y librarse así de ellos. Especialmente inspirada resulta la indirecta manera en que “El Indio” hace su acusación. Le pregunta a “Cuchillo”, mostrándole el cadáver de Slim: “¿Conoces ese cuchillo?” A lo que el interpelado contesta: “Es el mío”. Y su retorcido líder comenta: “Y no está donde debería estar...”

En contraposición a tan refinado mutis, el personaje de Aldo Sambrell en la monumental “Hasta que llegó su hora” (C’era una volta il West, 1968), otra vez miembro de un “gang” –en esta ocasión el del pistolero “Cheyenne” (Jason Robbards) perecerá en elipsis, en el transcurso de un asalto a un tren y sólo veremos su cadáver cuando el despiadado pistolero Frank (Henry Fonda) llegue al lugar de los hechos. En el conjunto de una obra tan monumental como la de Sergio Leone, no es desdeñable en absoluto la importancia dada a la presencia de Aldo Sambrell, a quien fácilmente se le descubre como elemento compositivo en muchos planos en los que su presencia parece imprescindible para el director, pese a no tener diálogo que defender.

Auge y decadencia de un cierto cine. Más allá (o más acá) de Leone

El fenómeno de las coproducciones y del rodaje en nuestro suelo de películas de capital extranjero, tras un explosivo aumento (propiciado en buena medida por los éxitos de los films de Leone) conoce un consecuente declive que se convierte en desplome a partir de 1974. El tipo de cine en el que Aldo Sambrell frecuenta su participación, tras diversificarse un tanto (agregándose al western los géneros bélico, de aventuras, de gángsters y terror), cae en desuso, perviviendo únicamente los subproductos menos dignos a partir de, pongamos, 1972. La proliferación del western europeo se ve revitalizada y, paradójicamente, herida de muerte, con la irrupción del “fenómeno Trinidad” que da lugar a la contaminación por la vía paródica y a la autorreferencia. El singularísimo actor que fue Aldo Sambrell, una infrecuente combinación de atleta y comediante, con raíces españolas y savia mexicana, pasa de actuar en hasta una decena de títulos (en el año 1968), a participar en tan sólo tres en 1974. Expresada en números, la parte principal de la carrera de Aldo Sambrell nos dice que el actor recientemente fallecido intervino en ocho películas (todas westerns) en 1964; en siete, en los años 1965 y 1966, y que puso su nombre en los repartos de seis films de 1967. Como decíamos antes, estuvo en nada menos que diez títulos de los producidos en 1968, para decaer un tanto su presencia en los años siguientes. Su nombre figura en los elencos de cinco películas producidas en 1969 y en sólo cuatro de 1970. Repunta un tanto la actividad de Aldo Sambrell al año siguiente, diversificando los géneros, con el auge del terror y la fantasía, rodando siete películas en 1971, y seis en el bienio siguiente (1972 y 1973), para pasar a continuación a un periodo de menor proliferación en las producciones de los restantes años de la década. En cuanto a los filmes en los que obtuvo papel, habida cuenta de que la lista de su filmografía supera los ciento cincuenta títulos, resulta difícil destacar sólo algunos, y prolijo, el pretender dar una idea algo más que aproximada de la carrera cinematográfica. Citaremos, por orden cronológico aquellos que (por una razón u otra) nos parezcan más relevantes de acuerdo con nuestro particular criterio, haciendo salvedad de los films, todos ellos imprescindibles, de Sergio Leone. Así, en 1964, Aldo Sambrell encarnará el papel de “Rojo”, el jefe de una partida de bandidos mexicanos, en “Los pistoleros de Casa Grande”, un western cansino de Roy Rowland, un veterano director norteamericano, en el que el protagonismo corrió a cargo del poco habitual del género, nuestro galán Jorge Mistral. A las órdenes de directores españoles, actuó en dos películas del poco adecuado Ramón Torrado, “Relevo para un pistolero” y “La carga de la policía montada”, en otras dos del siempre voluntarioso y ocurrente José María Elorrieta, “El hombre de la diligencia” y “Fuerte perdido”, y en una del luego especialista en el cine de terror, Amando de Ossorio, “La tumba del pistolero”. En 1965, encontramos títulos que ya sitúan a Aldo Sambrell fuera del género que le dio a conocer, como “Los cien caballeros” de Vittorio Cottafavi, o “Tres sargentos bengalíes”, de Umberto Lenzi. En 1966, además de participar en media docena de westerns (entre los que destacamos el reencuentro con Joaquín Romero Marchent en “La muerte cumple condena”), interviene en la coproducción norteamericana “Mando perdido”, que dirigió el desigual Mark Robson. Al año siguiente, además de actuar en la producción internacional dirigida por Ken Annakin, “La leyenda de un valiente”, que contó con el protagonismo de Yul Brynner, Aldo Sambrell rodó a las órdenes de Sergio Corbucci “Los despiadados”, que tenía al frente del reparto al mítico Joseph Cotten. De los diez títulos de 1968 de la filmografía de Aldo Sambrell, vale la pena mencionar “Cara a cara”, de Sergio Sollima y, para los amigos de lo bizarro, “Superargo, el gigante”, de Paolo Bianchini. En 1969, participando del festín carnal que suponen las exuberantes presencias de Raquel Welch, Jim Brown y Burt Reynolds, actúa en “Los cien rifles”, que dirigió el irregular Tom Gries, y, al año siguiente, interviene en otro film de proyección internacional, “Cañones para Córdoba”, que dirigió Paul Wendkos y protagonizó George Peppard. Para 1971, la agenda de Aldo Sambrell señalaba siete rodajes, que le pusieron a las órdenes de directores tan variopintos como Burt Kennedy (especialista en filmar westerns ligeros), Michele Lupo, Arthur Lubin, el magistral Richard Fleischer (para su film, “Fuga sin fin”), León Klimowsky, Kevin Billlington (que le dirigió en su verniana “La luz del fin del mundo”y, naturalmente, el coloso Sergio Leone (que no quiso prescindir de Sambrell para su “¡Agáchate, maldito!”. En 1971, Aldo Sambrell continúa engrosando la lista de ilustres directores con los que filma, alternando su participación en “Viajes con mi tía”, de George Cukor, con la de “Una ciudad llamada Bastarda”, que firmó Robert Parrish, o con la de “Marco Antonio y Cleopatra”, del actor metido a director, Charlton Heston. El muy hábil Eugenio Martín también cuenta con Sambrell para el ambicioso western “El hombre de Río Malo”, donde el pasmoso reparto reunía a James Mason, Lee Van Cleef y Gina Lollobrigida con nuestros Simón Andreu, Eduardo Fajardo y Diana Lorys. El cóctel de películas cosecha de 1973 resulta, si cabe, aún más explosivo, pues coloca a Aldo Sambrell (en un papel protagónico, además) en “Vudú sangriento”, incursión en el terror del ínclito Manuel Caño, en la deliciosa (gracias a la magia de Ray Harryhausen) “El viaje fantástico de Simbad”, de Gordon Hessler, o en la tercera entrega de la saga cinematográfica en torno al detective negro Shaft, “Shaft en África”, que firmó el impersonal John Guillermin.

Última etapa

En 1974, Aldo Sambrell debuta en la dirección con un primer film que, además protagoniza y del que ha escrito íntegramente su guión, “La última jugada”. Se trata de una película del género que podríamos llamar de “intriga criminal” sobre un agente en pos de unas pinturas misteriosamente robadas. Coprotagonizada por su esposa, la actriz Candice Kay (Cándida López Cano), la cinta sería la primera de una serie de realizaciones que Aldo Sambrell pondrá valientemente en pie a través de su productora “Asbrell” a razón de, aproximadamente, un título por año, durante los diez siguientes. Con títulos como “Sol sangriento” (1978), o “La fuerza del deseo” (1984), conocerán una carrera comercial modesta y su repercusión crítica será prácticamente nula. En cuanto a su labor estrictamente actoral, Aldo Sambrell continuará alternando apariciones en películas internacionales de amplio presupuesto como “El viento y el león” (John Milius, 1975), con fiascos absolutos como “Atraco en la jungla” (Gordon Hessler, mismo año). Así, se le podrá encontrar en bodrios tan equivocados como “La loba y la paloma” (Gonzalo Suarez, 1974), en chapuzas como “Los diablos del mar” (Juan Piquer, 1981), en films ignotos como “Cuatro locos buscan manicomio” (Rafael Gordon, 1980), en éxitos comerciales como “El perro” (Antonio Isasi Isasmendi, 1976), o en productos que basan su existencia en cierto recuperación nostálgica de, precisamente, el tipo de cine que representa el mismo Aldo Sambrell, como son “Yellow Hair and the Pecos Kid” (Matt Cimber, 1984), “La flecha negra” (John Hough, mismo año), “Al Oeste del Río Grande” (José María Zabalza, 1983), o “Los tres supermanes contra el padrino” (Italo Martineghi, 1986). Los directores de prestigio brillan por su ausencia en los últimos años de la carrera de Aldo Sambrell y se ven cruelmente sustituidos por cineastas de la talla de Javier Elorrieta o René Cardona jr.

El tramo final de la carrera de Aldo Sambrell produce una sensación descorazonadora, como si estuviéramos contemplando la descendente curva de un declive imparable. Pero no cabe equivocarse, pensándolo detenidamente se hace evidente aquello que dijera para la eternidad Norma Desmond (con la increíble faz de Gloria Swanson) en “El crepúsculo de los dioses”, al oír decir de ella que “solía ser grande en el pasado”: “Yo soy grande. Son las películas las que se han hecho pequeñas”.

Alfredo Sánchez Brell, Aldo Sambrell, el icono, la persona, nos han dejado. Su marcha es un testimonio más de que nada volverá a ser como antes. Nosotros, menos que nada. Descanse en paz, el Bueno, el Grande, de Aldo Sambrell, un actor español, madrileño aficionado del “Atleti”, que pasó por la pantalla simulando ser un italiano que hacía de mexicano. Y lo que es más, pretendiendo ser “Uno de Los Malos” Tuvo la inmensa satisfacción de tenernos engañados a todos los espectadores ¿Cabe mayor gloria, para un actor?

PD: me cuentan quienes le conocieron personalmente que, siendo su imagen en la pantalla impresionante, quedaba reducida de tamaño si se comparaba con su bondadosa cercanía, con su accesibilidad y simpatía. Quede constancia de ello, como mejor homenaje a su memoria.