30 agosto 2013 por JLeoncioG
Hay cajas que valen una sonrisa y un estar bien. Cajas que cuando las tocas regresa la infancia, o la vejez del abuelo en su cómoda: una caja de barajas, el olor de una caja de puros, vacía o llena, la caja de las herramientas antiguas que ya no usa nadie. Oír dentro los relojes en una caja de cartón. Una caja de bombones llena de poemas de Domingo López Torres. Los discos de vinilo apilados en una caja de pantalones vaqueros de Índigo.
Quitar con presurosa ansiedad el celofán de la caja de alfajores Havanna que me han traído de Argentina. La caja llena de los cuentos de mi infancia. Una caja de fotos y de negativos que ya casi no sirven para nada. Tapas de cajas que encierran nada y todo: papelitos, el lazo de un sujetador de encaje, elásticos, clips, dos bolígrafos que ya no escriben, los lápices Mongol…. la caja de mis cachimbas y el olor viejo a su tabaco de vainilla.
En una caja encontré un día las horquillas que quité de su pelo a la que fue mi esposa, en la noche de bodas, y en otra el libro de familia de algo que ya no es. Cajas con entradas al cine, con tickets de guaguas, con estampas de futbolistas y animales imposibles. Cajas con filtros para cámaras de fotos que no son más que cajas oscuras, y un estuche de madera lleno de gafas con cristales que vieron otras realidades.
Y una gran caja de cartón con muchos libros, y un sillón al lado. Y las horas para ojearlos.