Calatañazor

Por Orlando Tunnermann


De Praga viajo ahora a un pueblo con solera, vetusto como las piedras y el tiempo. Minúsculo como un alfiler, si en un apuro das tres zancadas te sales de sus lindes. Pero en esa pequeñez liliputiense hay belleza por doquier. Catalañazor, "calat am nasur" o "castillo de los buitres" es un pueblo bonito, arcaico, medieval y encantador, pequeño y tranquilo. La procedencia de su nombre podría deberse, nos cuenta la historia, a la derrota que sufrió almanzor en la batalla del año 1002. Vería su época de esplendor en el medievo.

Visita la iglesia de Nuestra Señora del castillo, siglo XII. Te cobrarán 1,50, pero vale la pena. Tiene un magnífico retablo policromado lleno de figuras, imágenes, ornamento dispuesto en terrazas o niveles. También destaca el retablo del Cristo del amparo, con profusión áurea. Antes de irte visita la pequeña sala lateral del museo religioso.



Sigo mi periplo por la preciosa villa medieval, con encantadores locales para comer, como el recomendable Restaurante La casa rural de Catalañazor. Además también te puedes alojar. Se trata de un local de estilo mozárabe realmente precioso, coqueto, romántico, íntimo.
El pueblo que visito se deja querer y es fotogénico, muy bien cuidado. Puedes aparcar al final del pueblo, atravesando Calatañazor, junto al fabuloso mirador. Aquí verás dos cosas bien curiosas: la piedra del abanico, testigo mudo de la Era Terciaria, o sea, entre 10 y 20 millones de años, y el Rollo o Picota, que según se estima, pudo erigirse para funciones penales en tiempos de Juan de Padilla. Muy probablemente, en este pináculo se exponía al escarnio público a los malhechores.


 Acaso te llamen más la atención los restos abatidos del castillo construido por el infante Pedro. Hay muy buenas vistas desde aquí. Emana de la misma tierra y el aire una calma desconocida para el típico "urbanita" que como yo mismo, proviene de una ciudad donde se respira combustible y partículas en suspensión en forma de boina negra.


Hasta donde alcanza la vista oteo campos llanos y serenos que enmarcan un lienzo precioso.