Igual que a muchos, Calatañazor me “sonaba” como el lugar “donde Almanzor perdió el tambor” ante las tropas castellanas y leonesas en 1002. Y fue en El Burgo de Osma, yendo a Soria, donde un policía municipal nos dijo que no podíamos perdernos de manera alguna, la visita -a medio camino entre ambas poblaciones- de Calatañazor. El policía, muy bien informado y amable, también nos recomendó otros puntos, como La Fuentona, el Cañón del Río Lobos y la Laguna Negra, que son una delicia natural, y de lo que ya dije algo en otras páginas.Pero Calatañazor, con sus 70 habitantes de avanzada edad, nos reservaba una sorpresa mayúscula y completa en todos los aspectos.
A la entrada de la Villa, fuera del recinto amurallado, encontraremos la ermita de la Soledad, románica, bien restaurada, así como la ermita de San Juan Bautista, ya en la vega, de la que solamente quedan los muros y la puerta románica de medio punto. Alejándonos hacia La Fuentona -esa joya de agua subterránea que mana desde inmensas galerías y forma como una gigantesca lágrima en medio del sabinar-, la vista en lo alto de Calatañazor se nos ofrece como un gran barco varado en el roquedo, alzado de los antiguos mares que cubrieron la zona y conformaron el paisaje calcáreo de páramos, valles, hoces y cañones.