En el caso de este Calle Cloverfield 10, su título evoca inmediatamente a Monstruoso (cuyo título original es precisamente Cloverfield), como si la película se enmarcara en el mismo universo que aquella. Aunque no está dirigido por él mismo, su influencia se nota durante todo el metraje: su intención desde el primer minuto es tomar al espectador de la mano y llevarlo a través de un acelerado tour de force con influencias a la vez de Hitchcock y de Spielberg. Después de un aparatoso accidente automovilístico, Michelle, la protagonista despierta en una especie de bunker bajo tierra. Su captor (John Goodman) le informa de que arriba se ha producido un ataque químico o nuclear y que deben permanecer a salvo hasta que sea seguro salir al exterior. El otro acompañante (John Gallagher) corrobora la historia. A partir de ese momento las dudas de Michelle serán las mismas que las del espectador: ¿hasta que punto es real el discurso de alguien que parece tan desequilibrado y proclamado seguidor de diversas teorías de la conspiración? ¿debe arriesgarlo todo para intentar escapar, o hay algo de verdad en sus palabras?
Lo que comienza con un buen planteamiento de suspense, poco a poco va diluyéndose hacia una historia muy convencional que solo es capaz de mantener el oficio de un inmenso (en todos los sentidos) John Goodman. Del final no voy a decir nada. Solo que, a pesar de que puede resultar sorprendente, no suscita la emoción que debería. Ir al cine a ver Calle Cloverfield 10 es como acercarse a un McDonalds a comer una hamburguesa. Se trata de una actividad moderadamente disfrutable mientras se saborea la comida, pero no se trata de una experiencia especialmente memorable.