“Isabel, ¿no tienes novio? Primero eran las amigas… Y a mí qué, yo esperaba…
Isabel, ¿no tienes novio? Después eran mis tías… Me daba igual, yo esperaba…
Isabel, ¿no tienes novio? Luego mi madre… Pero yo, yo esperaba…
Isabel, no tienes novio. Esa soy yo cuando cumplí los que tengo, y tengo 35. Me miré al espejo y dije, Isabel, no tienes novio, ni esperanza de tenerlo… Eso es un fracaso… Sólo tenía una cosa que hacer, casarme…”
Isabel dejó de esperar, Isabel ya tiene novio, y pasea su felicidad por la Calle Mayor, esa calle que recorrió tantas veces entre murmullos y saludos que eran sólo reproche y lástima.
Isabel ya tiene novio, el primer amor, el que no se olvida, el que nace desde la inocencia de quién creyó en la esperanza a pesar de los años, el que devuelve el brillo a su mirada, el que la hace vivir en permanente sonrisa.
Isabel ya tiene novio y en su inocencia no sabe que en realidad no tiene nada…
Se aburren, dice el intelectual de provincias. Hasta él, víctima de una de esas bromas macabras, se contagió del conformismo de quien acepta las cosas, incapaz de revelarse para cambiarlas.
Ya publicaron mis obras completas, alega, llegó su tiempo de instalarse en la nada.
Se aburren… Patética excusa para justificar una crueldad gratuita e innecesaria.
“Calle Mayor” no es sólo la historia de un engaño, es el retrato de la vida en una ciudad de provincias, donde las miserias de la condición humana adquieren protagonismo a través de una clase media acomodada, resignada a su existencia monótona, sin inquietudes, sin ambiciones, sin interés por cambiar nada. Una vida de misa de domingo, de paseos por la Calle Mayor, de mujeres que sólo lo son si llevan un hombre colgado del brazo, de patéticos personajes pagados de sí mismos, que en su absurda existencia hacen de la burla al prójimo, bromas lo llaman, su diversión, su pasatiempo.
Considerada una adaptación libre de “la Señorita de Trevélez” de Carlos Arniches, “Calle Mayor” es una de las obras maestras de nuestro cine, para algunos incluso por delante de “Muerte de un ciclista”. He de reconocer que yo sería incapaz de colocarlas en un orden determinado, aunque tengo cierta debilidad por la que aquí comento.
La película no estuvo exenta de contratiempos, durante el rodaje en Palencia Bardem fue detenido, y no pudo reanudarse hasta meses después, trasladándose a Logroño.
Más tarde, hubo que burlar a la censura, por lo que una voz en off nos advierte al principio de la película aquello de que “cualquier parecido con la realidad es pura coincidencia”, aunque cualquiera que vea la película reconocerá una ciudad de provincias española en la época franquista.
En definitiva, a pesar de la caza al rojo, de cambios de localización, de censuras, y otras tribulaciones, el gran Juan Antonio Bardem nos dejó una joya del cine, que, en mi opinión, ningún cinéfilo debería perderse.