Para echarse a llorar y no parar. Puedo acordarme de frases, diálogos, de un personaje concreto, de una escena, de una sensación, o incluso de qué estaba escuchando o comiendo (¡comiendo!) mientras lo leía. El nivel de utilidad de mi memoria está en números negativos... Pongamos un ejemplo para ilustrar esto. Sé que me leí, hace ya siete años, Anna Karenina de cabo a rabo escuchando Horses de Patti Smith en bucle, pero mi memoria de Dory (calle Walabi, 42, Sidney) me impide recordar por qué tanto follón con el Conde Vronsky y Anna.
De sacrilegio para arriba. Un dramón y una tara con la que cargo desde el día que vine a este mundo. Aunque a día de hoy podría salir airosa de esa pregunta porque hace apenas 48 horas que acabo de ver a Keira embutida en un corsé (por enésima vez) a las órdenes de Wright haciendo de Anna, ese no es el caso. Esto es serio. Muy serio. Necesito un abrazo.
Gracias. Ya me siento mejor.
Puedo contestar un básico ¿Te gustó el libro X? Sí/No/Meh. Pero si alguien pretende entrar en una conversación más profunda... ¡Madre del amor hermoso! ¡Voy a quedar con toda seguridad en evidencia!
Parecerá que no lo he leído o que sólo estoy de postureo diciendo lo mucho que disfruto yo con las obras de Will Shakespeare pero sobre las cuales no soy capaz de estructurar una opinión que vaya más allá del "I <3 Hamlet" o "Othello me parece asgfhdsajfd". Y eso queda mal. Y raro.
El adolecer de esta amnesia galopante fue la principal razón por la que empecé a darle a la relectura. Y bien fuerte además. A tope. Sin moderación alguna. ¡Hay que darle un poco de alegría al cuerpo!
La idea detrás de este nuevo hábito (muy malo para la lista de pendientes, que no da bajado la condenada), era que si me leía un libro varias veces, en algún momento tenía que comenzar a recordar de qué iba. LÓGICO. Pues no. La lógica es algo que no se aplica en mi vida y no hay manera, leñe. Pero esta vez, en lugar de frustrarme por mi limitada capacidad memorística para el asunto, he aprendido a aceptar y a querer a mi amnesia literaria y os diré lo petadora que es. Abrochaos los cinturones.
Primero, me permite volver a leer un libro como si fuera la primera vez.
Y segundo, parto con la ventaja de que ya sé que el libro me gustó. ¡Ja! A la mierda los rabos de pasas. Mi memoria mola y la vuestra no.
Como recuerdo ciertos pasajes, sensaciones y pensamientos, tengo lo importante conmigo. De la historia, en cambio, ni pajolera idea. ¿Y me importa? Nop. Me la refanfinfla, para ser sinceros. Descubro el libro de nuevo y a la vez lo redescubro. Es como si cambiara, pero sigue siendo el mismo. Magia potagia, chicos.
Aunque, antes de que os enganchéis como yo a la relectura, me siento en la obligación de informaros de que es una actividad de riesgo y no todo es un camino de rosas. Hay que saber que no todos los libros sobreviven a un relectura y otros que tienen un límite que no hay que sobrepasar. Saber cuando hay que dejarlos vivir en paz no es fácil, y el peligro de que el libro quede relegado a la balda esa de la estantería donde están los fiascos, está siempre a la vuelta de la esquina. Pero, yo, que a veces en pleno invierno gallego me aventuro a salir de casa sin paraguas, disfruto viviendo al límite.