Menos mal que ha venido el calor. Por un momento, parecía que el clima también formaba parte de la conspiración, de esa realidad insolente que impide a nuestros políticos que sus palabras se acerquen a los hechos, a los datos objetivos. De no haber llegado a tiempo, habría corrido la voz entre las hordas de turistas que inundan Españistán y de ahí al efecto huida solo habría mediado un paso. Sus paisanos, ávidos también de experiencias y de evasión, habrían también decidido no venir y entonces… pueblos ciudades estarían desiertos, sin fiestas porque no habría nada que celebrar, y vacíos los comercios y tiendas de todo tipo, incluidas las de fruslerías y recuerdos para turistas fáciles de contentar.
Nuestros políticos ya pueden respirar tranquilos en sus despachos refrescados por el aire acondicionado que expulsa un calor insoportable a la plebe del centro. Bendito calor, que entretiene a una población sedienta y exhausta porque mientras protestemos por la humedad ambiental, el agobio de lo que parecen manifestaciones hacia El Corte Inglés o Zara, no notaremos el hedor que expulsan los edificios institucionales.